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Cierzo

A merced de las críticas

Leo la selección de crítica de una revista literaria y pienso en ese pobre autor que ha sido despellejado vivo ante el ojo público. El crítico inhumano canta sus miserias y mete el dedo en la llaga de su desgracia. “La novela es un modelo de incongruencia y desatino. Un alarde de inverosimilitud. Un aparatoso engranaje que chirría hasta el punto que se agradece el blanco de la última página. Un estilo impregnado de coloquialismos y modismos, que pretende pasar por lenguaje natural. Un planteamiento que no se ve refrendado por el talento adecuado”. ¿Era necesaria tanta crueldad?

Cuando un escritor escribe, lo hace para sí mismo, pero cuando publica, lo hace contra todos, ya que espera con pánico las primeras críticas para ver por cuál de las esquinas de su alma empezarán a destrozarlo. O, todavía peor, acaba constatando, desolado, que ni tan siquiera se toman la molestia de hablar de su trabajo. Esta situación poco grata es casi siempre inevitable: el autor quiere publicar su obra, hacerla pública. Pero desea que no se la carguen, desea que agrade. La herida en el ego que el escritor puede recibir por una crítica negativa desproporcionadamente feroz o mal informada, o impertinente, es dolorosa y este dolor dependerá directamente del grado de compromiso que haya querido asumir con su obra, aunque también dependerá en gran parte de la medida de su ego. La única solución para evitar este trago es dejar de escribir. Hay autores con la madurez emocional suficiente para marcar distancias, romper los lazos sentimentales que le unen a su obra recién publicada y seguir escribiendo digan lo que digan. Claro que una cosa es la disquisición teórica y otra la práctica.

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