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Cierzo

El otro muro de la vergüenza

Cuando no sabemos atajar un problema, construimos un muro bien alto para no verlo. Así, lejos del alcance de nuestros ojos, el problema se hace menos evidente, aunque no desaparece.

En Melilla hay una valla de tres metros de alta que separa España de Marruecos, se ha levantado para impedir que personas desesperadas que malviven en África puedan acceder a una vida mejor en la opulenta Europa.

A un lado de la valla ellos: negros subsaharianos, magrebíes, incluso chinos e indios esperan su oportunidad escondiéndose de la policía marroquí, comiendo raíces, entre montañas de basura y ratas. No tienen nada que perder, excepto la vida, y están dispuestos a jugársela a cara o cruz con el destino.

Al otro lado nosotros: España, Europa. Igualmente desesperados por el miedo a perder nuestro privilegiado estilo de vida, asustados ante la avalancha de inmigrantes que llegan cada día. Les consideramos escoria, ladrones, nos importa un bledo que vivan o mueran atravesando el Estrecho porque no los consideramos personas, los miramos con desprecio, con arrogancia, con indiferencia y esta actitud refleja la medida de nuestra talla moral.

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