Blogia
Cierzo

Escribir bien

La crisis de la escritura tiene mucho que ver con la crisis de la lectura, que es también la crisis de sus métodos de enseñanza.

Los docentes de enseñanza secundaria y superior saben que se escribe cada vez peor. No hablo de escribir, en el sentido creativo, sino de poder manejar esa antigua herramienta de la comunicación. Se redacta mal y casi siempre sin ortografía, por no hablar de los atropellos a la sintaxis, la malla vial que ensambla palabras y frases.

¿En qué momento y dónde se empezó a joder la escritura? Desde el día en que dejó de ser prioritario, materia de aprobación o reprobación, aquello que niños y jóvenes aprendían con las matemáticas, la geografía o las ciencias naturales. Redactar bien era tan esencial como resolver una ecuación, dibujar un mapa sin confundir las fronteras o distinguir el reino animal del vegetal.

No hay que echarle la culpa a la televisión o al cine, que ya existían cuando todavía se redactaba eficientemente. Tampoco a la Internet, posterior a la pauperización de la escritura. Los atropellos al idioma ya se cometían desde la radio, pero quienes hablaban y escribían correctamente en la vida de todos los días, también lo hacían y hacen ante los micrófonos.

Si se busca la prueba reina del desbarajuste que ha convertido en problema educativo la dificultad de aprender a escribir o redactar, habría que buscarla en los sistemas de enseñanza. Cuando se llega a la universidad sin tener la capacidad de darle orden lógico al pensamiento, el asunto se vuelve más difícil. Loro viejo no aprende a hablar, sobre todo si la educación superior es la etapa de montaña de quienes, sin importar su profesión, se van a servir de las herramientas de comunicación conocidas.

La crisis de la escritura tiene mucho que ver con la crisis de la lectura, que es también la crisis de sus métodos de enseñanza. Tanto o más que el hecho de saber que abundan los docentes que tampoco saben comunicarse clara y coherentemente por medio de la escritura: confunden la conceptualización con el galimatías. Desconocen una de las advertencias de Wittgenstein: "Todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad; y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse".

Donde la pauperización de la escritura alcanza sus abismos más absurdos y disparatados es en la Internet. Podríamos aceptar que la rapidez del medio electromagnético estimula la simplificación del lenguaje y la creación de nuevos signos y convenciones. Pero la aparición de esas simplificaciones es hecha por personas que, al menos en teoría, ya "aprendieron" a leer y a escribir.

Los mensajes que circulan por las autopistas de la información no son sino la última expresión de una deformación adquirida que tiene su origen en las instituciones educativas. Por los grandes vacíos de estas se cuelan los barbarismos mediáticos y la jerga virtual que, por ejemplo, resuelve el dilema de género llamando (@) a lo masculino y femenino.

Un día incurrí en la necedad de "chatear" con una joven. Habíamos cruzado no más un tantito cuando me mandó a la chingada. Ella no chateaba con pinches viejos. ¿Por qué adivinó que era "viejo"? Por la corrección con que escribía. Deduje que escribir correctamente es una práctica "antigua".

Imaginé un cercano futuro en el que el habla y la escritura de los jóvenes -que serán pronto viejos- será la suma de contracciones, interjecciones, onomatopeyas, @'s, signos de admiración y ¿saves lo que te kiero desir? Entonces nos preguntarán si cajón se escribe con j o con g.

Artículo de Óscar Collazos publicado en El Tiempo (24/02/05).

0 comentarios