Va de cine
Se estrenó hace varios meses y no quise invertir mi dinero y mi tiempo en ver esta película, pero me han hablado tanto de ella que he decidido salir de dudas. La pasión de Cristo, de Mel Gibson, me ha parecido una película repugnante y sádica, que se recrea con una obsesión malsana en el calvario que Jesucristo padeció durante las últimas doce horas de su vida.
La violencia es una abusiva directriz que rige las películas de Gibson y ésta no es una excepción. El recorrido de Jesús desde el Monte de los Olivos al Gólgota es un amplio y variado muestrario de la tortura: latigazos, puñetazos, patadas, vejaciones, insultos, escupitajos, heridas, sangre y rudeza. Durante más de dos horas el espectador asiste a un sangriento espectáculo en el que el sensacionalismo de las imágenes pretende estremecerle con cada golpe ralentizado hasta el paroxismo.
Para no aburrir de muerte al cinéfilo, Gibson recurre a pequeños flashbacks de contenido bíblico y salva de la asfixia a la platea, ahogada por la reiterativa y plomiza cámara lenta que exalta gestos y momentos de una pretendida solemnidad dramática a menudo inexistente.
En el guión, que adolece muchas veces de falta de coherencia, sobra la trama del Diablo, esa dicotomía entre el Bien y el Mal que se materializa al final de la historia, cuando triunfa el Bien y el demonio es desterrado al infierno. Criticable es también esa excesiva heroicidad que hace de Jesús un superhéroe impertérrito capaz de soportar la atrocidad de unas palizas físicas desmedidas. La caricatura de Herodes, reconvertido en gay. Barrabás, transformado en ogro fabulesco. La simplificación de los papeles de María y María Magdalena, reducidas a simples y llorosas espectadoras horrorizadas. Jim Caviezel, el actor protagonista que interpreta a Cristo, compone un personaje fácil y sin matices, que se limita a sufrir y a emitir quejidos entrecortados. Otro de los errores es el historicismo pasado de rosca, en la película se utilizan lenguas de Israel en el siglo primero: hablan latín los personajes del Imperio Romano y arameo los hebreos no cultos.
Todo es violencia, sangre y dolor. El sacrificio de Jesús, su significado para la humanidad, al margen de las creencias religiosas, queda diluido y olvidado como recurso para explicar los hechos. Gracias a una excelente campaña de marketing, Gibson consigue hacer la película comercial, polémica y vendible. También logra revolver el estómago y el corazón de las personas fácilmente impresionables y de aquellos que no esperen ver nada más que los obvios recursos cinematográficos que se han empleado.
La violencia es una abusiva directriz que rige las películas de Gibson y ésta no es una excepción. El recorrido de Jesús desde el Monte de los Olivos al Gólgota es un amplio y variado muestrario de la tortura: latigazos, puñetazos, patadas, vejaciones, insultos, escupitajos, heridas, sangre y rudeza. Durante más de dos horas el espectador asiste a un sangriento espectáculo en el que el sensacionalismo de las imágenes pretende estremecerle con cada golpe ralentizado hasta el paroxismo.
Para no aburrir de muerte al cinéfilo, Gibson recurre a pequeños flashbacks de contenido bíblico y salva de la asfixia a la platea, ahogada por la reiterativa y plomiza cámara lenta que exalta gestos y momentos de una pretendida solemnidad dramática a menudo inexistente.
En el guión, que adolece muchas veces de falta de coherencia, sobra la trama del Diablo, esa dicotomía entre el Bien y el Mal que se materializa al final de la historia, cuando triunfa el Bien y el demonio es desterrado al infierno. Criticable es también esa excesiva heroicidad que hace de Jesús un superhéroe impertérrito capaz de soportar la atrocidad de unas palizas físicas desmedidas. La caricatura de Herodes, reconvertido en gay. Barrabás, transformado en ogro fabulesco. La simplificación de los papeles de María y María Magdalena, reducidas a simples y llorosas espectadoras horrorizadas. Jim Caviezel, el actor protagonista que interpreta a Cristo, compone un personaje fácil y sin matices, que se limita a sufrir y a emitir quejidos entrecortados. Otro de los errores es el historicismo pasado de rosca, en la película se utilizan lenguas de Israel en el siglo primero: hablan latín los personajes del Imperio Romano y arameo los hebreos no cultos.
Todo es violencia, sangre y dolor. El sacrificio de Jesús, su significado para la humanidad, al margen de las creencias religiosas, queda diluido y olvidado como recurso para explicar los hechos. Gracias a una excelente campaña de marketing, Gibson consigue hacer la película comercial, polémica y vendible. También logra revolver el estómago y el corazón de las personas fácilmente impresionables y de aquellos que no esperen ver nada más que los obvios recursos cinematográficos que se han empleado.
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