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Cierzo

Animales sociales

Los seres humanos, además de animales sociales (Aristóteles aludía a que vivimos en grupos, tal vez fuese más exacto decir en rebaños), somos injustos por naturaleza. La condición humana es egoísta y antepone siempre el bienestar propio al de los demás, es obra y gracia de nuestro instinto de conservación, el más poderoso que existe. Sólo en ocasiones puntuales, entiéndase grandes cataclismos, al hombre se le despierta el instinto de conservación grupal: el de la especie. Y entonces sí que ayudamos a nuestros semejantes, pero no de manera altruista, su vida depende de nosotros y viceversa, así que no es una muestra de generosidad sino de necesidad. La biología nos ha hecho así.

Podríamos ser mejores, ¿quién lo duda? Podríamos ver al prójimo como alguien cercano y no como un enemigo. Podríamos conceder a los demás la libertad que reclamamos para nosotros mismos. Podríamos escuchar en vez de oír. Podríamos hacer tanto... Pero desde antes de que fuéramos homos andamos metidos en guerras y luchas, somos dominantes, injustos, hirientes. Desde el mismo momento en que una segunda persona habitó el planeta han existido desigualdades, conflictos, posiciones de dominio:

- Adán: ¿Por qué has tenido que comer la manzana prohibida? Eres una estúpida.
- Eva: Y tú un grosero. Esta noche no mojas.*

Una persona + una persona = pelea. Siempre que dos seres humanos se encuentran en un mismo lugar durante cierto tiempo, y por algo más que un motivo intranscendente, surgen diferencias de opinión, y a veces estas diferencias acaban mal. Si nos peleamos con nuestros padres, con nuestra pareja, con nuestros hermanos, con nuestros hijos, ¿cómo no vamos a pelearnos con los extraños? No podemos evitar ser como somos.

* Hipotético diálogo en el jardín del Edén.

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