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Cierzo

Un poquito de por favor

Miro el contenido de una revista semanal de variedades que hay en la cafetería y me detengo en un test de personalidad: ¿Tienes inseguridad? No lo avala ningún psicólogo colegiado o similar, por lo cual, deduzco que se trata de uno de esos cuestionarios que no tienen más utilidad que la de entretenerte un rato.

Entre las preguntas, algunas tan sui generis para verificar el grado de seguridad personal como: ¿Ya has decidido dónde ir de vacaciones? o ¿Qué personaje de “Los 10 mandamientos” te parece más seguro?, hay una que inquiere: ¿Siempre pides las cosas por favor? Las posibles contestaciones son: A) ¿Pedir yo las cosas por favor? ¿Mezclarme con la masa? B) Solo cuando hablo con alguien que manda más que yo. C) Solo cuando es imprescindible. D) Sí, y casi pido perdón por existir. Mi elección sería la D, a no ser por la apostilla. De niña me inculcaron unas normas de cortesía que incluyen un trato educado y respetuoso con los demás y las vengo poniendo en práctica desde entonces. Siempre que tengo que pedirle algo a alguien, antepongo el por favor, sin que por ello me avergüence de existir.

No estoy plenamente de acuerdo con ninguna de las opciones y como me huelo la trampa, miro la valoración de las respuestas. La encuestadora considera más adecuada la respuesta B. Solo hay que humillarse ante los poderosos. Pedir las cosas por favor “es propio de alguien inseguro y sin personalidad, que vive pendiente de los demás. Es un error”. (Sic)

Me quedo de piedra pómez. Por más que me esfuerzo, no encuentro la relación de equivalencia ente ser educado y sufrir una inseguridad patológica.

La cortesía es un concepto devaluado en los modos de contacto personal. La amabilidad, las buenas maneras y el respeto al otro son valores caducados. No hay más que mirar cualquier programa basura para ver que lo que se lleva es el insulto, la ordinariez ramplona, el menosprecio. Te sientas en una terraza a tomar algo y el individuo de la mesa de al lado le pega un berrido al camarero: ¡Eh, tío! Tráete dos birras. Entras en una tienda y la dependienta te aborda con un: ¿Qué quieres? Ni un buenos días o un simple hola, ni un por favor, nada de dar las gracias o despedirse. Las personas seguras de sí mismas van por la vida pisando fuerte, no dan muestra alguna de debilidad saludando, excusándose o agradeciendo. Si la grosería es sinónimo de seguridad y fuerza interior, estamos apañados.

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