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Cierzo

Mi etiqueta

Mi etiqueta Sus ojos me examinan y luego baja la vista sin que encuentre la prueba que está buscando. Ni un gesto raro, ni una sola evidencia, nada le demuestra mi tara. Noto que se atrinchera tras el prejuicio, que le molesta, que no sabe reaccionar. No puedo modificar su respuesta instintiva, esta primera impresión. El diálogo se le hace imposible porque ya no me ve como amigo y esta decisión es inapelable, así el círculo se cierra y el contacto resulta imposible.

Una palabra es suficiente para calificar mi estigma y este nombre me perseguirá siempre: homosexual. Una definición que a mí me deja indiferente por ser demasiado vasta y poco comprensible. Una palabra que supone una cadena a la que se liga toda una existencia, una prisión donde se encierra al individuo. Yo desaparezco bajo la etiqueta de homosexual, como otros desaparecen bajo el epígrafe de calvo, oligofrénico, viejo o negro, estas reducciones provocan miradas que hieren la personalidad y abren llagas secretas.

El ser humano es de una complejidad asombrosa, ¿podemos reducirlo a rubio, simpático, gordo...? Estas calificaciones ¿nos ayudan a descubrir el misterio que se oculta tras cada individuo? Yo pienso que es un peligro. No se pueden impedir los juicios, pero hay que evitar el daño engendrado por unas consideraciones precipitadas y obligarnos a mirar al otro con generosidad.

Detrás de las palabras se oculta un ser, una personalidad única, rica, que el peso de los prejuicios acaba recubriendo de una capa endemoniadamente categórica. La silla de ruedas, el perro lazarillo, es lo que salta a la vista, pero ¿vemos tras el bastón blanco a la persona? ¿Queremos verla?

Las reflexiones sobre la normalidad me apasionan hasta la obsesión, me atormentan, me lastiman. Al principio lo hubiera hecho todo por se normal y observaba a los “individuos normales” para conocerlos mejor. ¿Qué es un hombre? Descartes lo define como un ser estrambótico, Rabelais celebra su risa, Brillant-Savarin destaca su capacidad para destilar frutos y extraer licores como característica para demostrar que se es un hombre. Beaumarchais sugiere que beber sin sed y hacer el amor en cualquier momento nos diferencia del resto de los animales. Valéry escribe que aquél que sabe hacer un nudo pertenece a la raza humana. Estas tentativas de definición tienen simplemente el mérito de poner en evidencia, no sin humor, la dificultad de definir al ser humano.

Una definición, por demasiado simplista, resulta peligrosa. Determina abusivamente lo que es normal o no y engendra una marginación, una exclusión incluso. Toda reducción que circunscribe al hombre negando la unicidad del individuo confunde el accidente con la sustancia. Este tipo de engaño encubre unas formas a menudo insidiosas. Un día un hombre me dijo que se sentía orgulloso de ser homosexual, yo no me siento orgulloso de mi condición, pero sí hay algo que me llena de orgullo: soy un hombre con unos derechos y unos deberes iguales a los de los demás, comparto sus mismos sufrimientos, las mismas alegrías... Este orgullo nos une a todos, al cojo, al judío, al zurdo, al inmigrante sin papeles. Tanto ellos como yo, somos hombres.

Mis ojos húmedos miran al suelo, esquivo su rostro para no hacer más grande su vergüenza y para no ver la incomprensión y la repugnancia que lleva asociadas. Han caído las máscaras. Creía que no era necesario protegerse delante de un amigo, refugiarse dentro de una armadura. Un amigo no condena, pero él acaba de demostrarme que no era mi amigo.

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