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Cierzo

Servicio Marítimo

Me lo cuenta un guardia civil destinado en Fuerteventura y los ojos le brillan recordando.

“Desde que estoy en el Servicio Marítimo, suelo tener una pesadilla. Escucho gritos, unos alaridos desesperados. Todo está negro y no veo nada. Intento distinguir los cuerpos con todas mis fuerzas, pero no puedo. Los gritos se me clavan dentro y, al final, me despierto angustiado, sin poder verlos”.

“Faltan medios y personal. Hay días en que las patrulleras no funcionan por falta de tripulantes. No podemos hacer nada por esa pobre gente. Una manta vieja, un bocadillo o un paquete de galletas, a veces un vaso de colacao caliente. Eso es todo lo que podemos ofrecerles. Y se te cae el alma a los pies porque son personas. Llegan en un estado penoso, medio congelados, agotados, deshidratados, heridos, mojados, agarrotados por la inmovilidad...”

“Recuerdo el caso de un chaval negro, sería de mi edad. Estaba agarrado a un resto de la patera que acababa de naufragar, sin fuerzas y temblando de frío y de miedo. Se soltó de la tabla, estaba a pocos metros y yo me metí en el mar para sacarlo, lo agarré como pude y lo arrastré a la playa. Tuvo una crisis de histeria. Se abrazó a mí llorando y gritando, me apretaba tanto que unos compañeros tuvieron que quitármelo de encima. ¡Joder! Lloré mucho ese día. Debajo del uniforme hay hombres, ¿sabes?”

“Ves cada cosa... Este trabajo te machaca mucho. Sobre todo cuando ves que la patera se va a hacer puñetas y esa gente cae al agua igual que fardos. La mayoría no sabe nadar y se van directos al fondo, casi no te da tiempo a verlos. Por eso, cuando logras salvar a uno, sientes que tu trabajo merece la pena y todo vuelve a tener sentido”.

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