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Cierzo

El primer cadáver

El primer cadáver Hoy he visto por primera vez un cadáver. He salido de casa dejando inconcluso un relato que, precisamente, habla de la muerte y unos metros más allá me encuentro con una zona de la rivera limitada por un cordón policial. Hay un coche patrulla aparcado junto al río, varios policías y una mujer con un cuaderno en la mano, que toma notas. Semioculto por el coche se encuentra el cuerpo tendido en la tierra. Es una mujer, deduzco por sus zapatos. Desde la acera de enfrente, mi ángulo de visión es limitado, pero conforme avanzo, veo los destellos del sol reflejados en el plástico amarillo que cubre a la persona. Ahora entiendo por qué no hay ninguna ambulancia. La mujer no precisa atención médica, si no es la de un forense. Está muerta.

Siento frío, un frío que me deja helada pese a la agradable temperatura de esta mañana de primavera. He visto por primera vez un cadáver, la escena era similar a la que he contemplado cientos de veces en las películas o en las telenoticias, aunque más de verdad por ser un suceso más cercano.

Cruzo el puente abstraída en mis reflexiones sobre la vida y la muerte. Una gaviota ha capturado un alevín de carpa, le abre el vientre a picotazos y se lo come apoyada en un banco de arena, ante la atenta vigilancia de otra gaviota que parece no haber tenido tanta suerte al buscarse el desayuno.

Un grupo de turistas italianos llega por el lado opuesto del puente, uno de ellos, cámara de vídeo en ristre, exclama: ¡Mira, hay peces en el río! Y el grupo se asoma a la barandilla con gesto de incredulidad. Sí, mira esa gaviota... Señala otro.

Sus voces se desvanecen mientras me alejo y entro en una cafetería cercana. Pido un cortado y abro el diario. La página número tres muestra una foto grande en el centro, es el interior de un avión con 20 ataúdes. Dentro van los cadáveres de otros tantos soldados norteamericanos caídos en Iraq.

La muerte. La vida y su fragilidad.

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