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Cierzo

El escritor que nace

El escritor que nace Aceptemos que el libro es ya un objeto de consumo, o sea, que es susceptible de comprarse compulsivamente, sin ningún criterio previo, y regalársele a alguien que con toda probabilidad no lo leerá. Así va reduciéndose el número de los lectores que se detienen a hojear contenido y contraportada y va aumentando el número de personas que compra un libro por la imagen que su autor proyecta en los medios.

Imagen, en términos comerciales, es aquello que el consumidor ve, aquello que le incita a comprar, ya sea un refresco, unas zapatillas deportivas o un coche. Y publicitar la imagen de un escritor es de lo más fácil y barato para el editor, basta con que el autor de marras aparezca en los medios escritos o hablados, con preferencia la televisión, por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, se le encuadra en un programa de gran difusión para que pueda hacer gala de ingenio y filantropía, para que pueda despotricar a gusto del tema de moda: la sociedad de consumo, la globalización, los emigrantes... y, ála, el escritor se ha convertido por obra y gracia de birlibirloque en fetiche de masas, masas que pasarán por la caja registradora y colocarán un libro que no se leerá nunca en la estantería del salón.

Yo pertenezco a otra generación, a una antigua en la que el lector leía libros sin haber visto jamás el rostro de su autor y de cuya vida y milagros lo ignoraba todo. Un libro se escogía por su contenido y no por la fama de quien lo había escrito. Hoy, por contra, conocemos las peripecias vitales de escritores a los que nunca leeremos. No sé si este cambio es bueno o malo, pero me parece inevitable que traiga sus consecuencias. Una de ellas, a mi entender, será que sólo los autores que se ganen a las cámaras televisivas, conseguirán vender sus libros, y aquel que se niegue a que lo sienten en una butaca para hablar de bobadas delante de la masa de espectadores ignorantes, tiene los días contados.

Desde ahora, los escritores serán altos, guapos, simpáticos y estarán dispuestos a dar el cante en la telebasura. Pues que les del por el saco. Yo siempre seré refractaria a esta moda, a esta utilización y manipulación. No me leerá nadie, pero conservaré intacta mi dignidad personal y literaria. Que se prostituyan otros.

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