El mago de las letras germánicas
Thomas Mann escribe muy bien, exageradamente bien. En pocos autores son tan notorias las riendas que dominan cada párrafo, el ritmo majestuoso que alza el vuelo en el inicio de un capítulo hasta que hace eclosión en una frase o en un calificativo adecuado, exacto. Un preciosismo que no oculta una tendencia a la exhibición, con la voluta de la frase demasiado perfilada, demasiado redonda. No es extraño que el mismo Thomas Mann pusiera por encima de los versos la prosa poética, su prosa poética.
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