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Cierzo

El encantador

El encantador El Encantador es un relato de cincuenta y cinco folios mecanografiados en ruso, titulado Volshebnik. En el invierno de 1939, en París, Nabokov había escrito una novela corta, una especie de pre-Lolita. El autor estaba seguro de haberla destruido, pero un día, mientras preparaba un material para donarlo a la Biblioteca del Congreso, encuentra la única copia de la narración. Una vez releída, la considera “una bella pieza rusa, precisa y lúcida y que con un poco de cuidado podría ser traducida al inglés por los Nabokov”. Y el encargado de la traducción fue Dimitri Nabokov, quien recuerda que su padre la realizó cuando él tenía cinco años y que en ocasiones se recluía en el cuarto de baño para poder escribir en paz.

El Encantador es el estudio de la locura vista a través de la mente de un loco, y en esta ocasión la pedofilia criminal del protagonista es el tema seleccionado por Nabokov para elaborar su proceso creativo. Uno sospecha al leer las primeras páginas de El Encantador que la historia no acabará bien, que el arrojado y nefando protagonista recibirá el castigo merecido, y a lo largo del relato esta premonición resulta más y más obvia. Además de ser, en parte, una historia de horror, también es en cierta medida un thriller de misterio: el destino juega con el loco frustrando sus planes, instigándolos o espeluznándose. Mientras se van desarrollando los hechos, nosotros no sabemos todavía de qué modo se producirá el desastre, pero la sensación de que ocurrirá es inminente.

El hombre es un soñador corrompido y, por reprobable que pueda ser su conducta, uno de los aspectos destacables de su psicología es el de su ocasionalmente objetiva introspección, incluso se podría decir que la clave del cuento reside en la introspección, ya que mediante ella el protagonista consigue provocar un sentimiento de compasión en el lector. El anhelo de ser una persona honesta destaca de tanto en tanto, cuando se insinúan los patéticos esfuerzos que realiza para autojustificarse, lástima que sus objetivos se disuelvan bajo el ímpetu de su compulsión, pese a ello, no deja de reconocer que es un monstruo: se casa con una mujer que se convierte en el medio para alcanzar un fin repugnante, su hija, y la niña es un instrumento para su satisfacción.

El Encantador se ve a sí mismo involucrado en un plan especial. Es igual que un rey Lear lascivo que reside en un cuento de hadas cerca del mal con su “pequeña Cordelia”, a la que durante un segundo se imagina como una hija inocente, candorosamente querida. Pero tras este fugaz sentimiento paternal aparece rápidamente la bestia maligna que mora en él y lo sumerge en una fantasía pedofílica sumamente fuerte.

Algunos episodios espinosos son más explícitos que en otras obras de Nabokov, no obstante, hay párrafos donde la velada connotación sexual se traduce en la chispeante faceta de un símil o en una momentánea desviación del curso del pensamiento, que se dirige hacia un destino completamente diferente.

Ya es sabido que el estilo de Nabokov suele presentar múltiples formas de interpretación, aquí sigue un hilo fino y delicado y el virtuosismo de la obra consiste en una deliberada vaguedad de los elementos visuales y verbales cuya suma constituye una compleja unidad indefinible.

Nabokov considera El Encantador como una obra totalmente distinta, tan sólo relacionada con Lolita de una manera vaga y distante. Es posible que contenga, él lo reconoce, “el primer y leve latido” de la novela posterior. De cualquier forma, Volshebnik no es un retrato de Lolita, las diferencias entre las dos obras son más grandes que las similitudes, pero tampoco hemos de olvidar que las artes, a menudo, viven con los primeros latidos que anuncian futuras obras más importantes, como por ejemplo Retrato del artista adolescente de Joyce.

En cuanto a la contribución de El Encantador, no hay duda de que existen ideas e imágenes ocasionales que resuenan en Lolita, de la misma manera que temas y detalles de diversos tipos reaparecen a menudo en las narraciones, poemas y obras teatrales de Nabokov. En este caso los ecos son distantes: el escenario, los personajes, el desarrollo y el desenlace.
Dolores Haze puede ser, según dice Nabokov “en realidad la misma jovencita” que la víctima de El Encantador, pero tan sólo en un sentido conceptual de inspiración. En otros aspectos la primera niña es muy distinta: perversa únicamente a los ojos del loco; inocentemente incapaz de nada parecido a la intriga de Quilty; sexualmente dormida y físicamente inmadura.

El Encantador es, en definitiva, una obra intensa, desconcertante y diabólica en la que se advierte el inequívoco estilo de Nabokov con su alambicada ironía, belleza y magistral talento narrativo.

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