La locura del escritor
Según datos recogidos en un estudio de Bryce Echenique, un 1% de los hombres de ciencia sufre depresión maníaca profunda, por ejemplo, frente a un 41% de los novelistas. ¿Es un dato significativo? ¿Quiere esto decir que los que nos dedicamos al noble arte de escribir estamos a un paso de la locura? Según Bryce, hay un dato fundamental en el que los investigadores están todos de acuerdo: el trabajo creativo requiere de un inmenso y sostenido esfuerzo, de tal sacrificio personal y de una dedicación tal excepcional entre el común de los mortales, que ahí podría estar el origen de sus graves consecuencias personales.
Según el psicoanálisis, la literatura es una forma organizada de delirio, lo dijo él, Freud, el más loco entre todos los tarados: "Los instintos insatisfechos son las fuerzas impulsoras de las fantasías, y cada fantasía es una insatisfacción de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria". Y se quedó tan pancho, como si ser loco fuera ser escritor o viceversa.
El arte y la locura se tocan, de eso no hay duda, pero las diferencias que hay entre la locura y el arte son evidentes. La escritura puede transformar la locura en un hecho estético, no es una mera descarga, es lenguaje estructurado que comunica algo.
Miedos, pesadillas, paranoias, son fantasmas que alimentan la escritura, y el autor plasma en sus obras, de manera voluntaria o involuntaria, esos fantasmas. Dostoievski "mató" a su padre en Los hermanos Karamazov. Poe venció sus impulsos obsesivos gracias a El cuervo. La casa tomada fue una pesadilla real de Cortázar, según él mismo reconoce.
El escritor es un ser lleno de manías, Balzac bebía treinta cafés al día, Capote escribía en la cama, Dahl escribe con un lápiz amarillo, Monterroso escribe en el tren. Aunque la manía más común es el perfeccionismo: Flaubert desmenuzó cada línea de Madame Bovary, Stendhal redujo a cuatro las cincuenta y cuatro primeras páginas de La cartuja, Green se obliga a escribir tres mil palabras diarias, Tolstoi reescribió ocho veces Guerra y paz.
Otros escritores están locos de verdad, paranoicos o esquizofrénicos como Strindberg o Artaud. Se puede estar loco de atar, borracho, drogado, pero para escribir hace falta una gran lucidez y un enorme control sobre lo que se está haciendo, de lo contrario nos caemos de la esfera del arte e ingresamos en el esperpento.
Un artista se mete cuerdo y lúcido en su infierno personal y regresa de allí despedazado y cargado de fragmentos valiosos de sus vísceras, luego construye algo bello para los demás. La diferencia esencial es el viaje de ida y vuelta, bajar al subsuelo y regresar, aunque no haya garantías de hacerlo, y algunos se queden atrapados por las sombras.
Reconozco que el oficio de escritor tiene efectos secundarios. Yo padezco aislamiento social, me obsesiono con mis historias, vivo la esquizofrenia de otras vidas, las de mis personajes, escribiendo suelo perder la noción del tiempo, me olvido del mundo, pero también disfruto plenamente con lo que hago. Escribir me protege de otras peores locuras, me enseña, me humaniza, y eso no es tan malo.
Según el psicoanálisis, la literatura es una forma organizada de delirio, lo dijo él, Freud, el más loco entre todos los tarados: "Los instintos insatisfechos son las fuerzas impulsoras de las fantasías, y cada fantasía es una insatisfacción de deseos, una rectificación de la realidad insatisfactoria". Y se quedó tan pancho, como si ser loco fuera ser escritor o viceversa.
El arte y la locura se tocan, de eso no hay duda, pero las diferencias que hay entre la locura y el arte son evidentes. La escritura puede transformar la locura en un hecho estético, no es una mera descarga, es lenguaje estructurado que comunica algo.
Miedos, pesadillas, paranoias, son fantasmas que alimentan la escritura, y el autor plasma en sus obras, de manera voluntaria o involuntaria, esos fantasmas. Dostoievski "mató" a su padre en Los hermanos Karamazov. Poe venció sus impulsos obsesivos gracias a El cuervo. La casa tomada fue una pesadilla real de Cortázar, según él mismo reconoce.
El escritor es un ser lleno de manías, Balzac bebía treinta cafés al día, Capote escribía en la cama, Dahl escribe con un lápiz amarillo, Monterroso escribe en el tren. Aunque la manía más común es el perfeccionismo: Flaubert desmenuzó cada línea de Madame Bovary, Stendhal redujo a cuatro las cincuenta y cuatro primeras páginas de La cartuja, Green se obliga a escribir tres mil palabras diarias, Tolstoi reescribió ocho veces Guerra y paz.
Otros escritores están locos de verdad, paranoicos o esquizofrénicos como Strindberg o Artaud. Se puede estar loco de atar, borracho, drogado, pero para escribir hace falta una gran lucidez y un enorme control sobre lo que se está haciendo, de lo contrario nos caemos de la esfera del arte e ingresamos en el esperpento.
Un artista se mete cuerdo y lúcido en su infierno personal y regresa de allí despedazado y cargado de fragmentos valiosos de sus vísceras, luego construye algo bello para los demás. La diferencia esencial es el viaje de ida y vuelta, bajar al subsuelo y regresar, aunque no haya garantías de hacerlo, y algunos se queden atrapados por las sombras.
Reconozco que el oficio de escritor tiene efectos secundarios. Yo padezco aislamiento social, me obsesiono con mis historias, vivo la esquizofrenia de otras vidas, las de mis personajes, escribiendo suelo perder la noción del tiempo, me olvido del mundo, pero también disfruto plenamente con lo que hago. Escribir me protege de otras peores locuras, me enseña, me humaniza, y eso no es tan malo.
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