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Cierzo

Real o imaginario

¿Quién sería capaz de trazar una raya entre lo posible y lo imposible? Ya me diréis, pues, dónde colocamos la frontera entre lo ordinario y lo extraordinario. Por una parte, es muy probable que muchas cosas consideradas milagrosas no lo sean. Realmente el milagro, más que contradecir las leyes de la naturaleza, contradice nuestros conocimientos acerca de ella. Por otra parte, ya lo dije, todo es milagro. "Todo es milagro -repetía Picasso-, milagro es no deshacerse uno en el baño como un terrón de azúcar". En cuanto a la diferencia entre lo real y lo imaginario, la línea divisoria no puede ser más móvil. Hubo un tiempo en que los dragones eran sólo fruto de la imaginación. Cuando se descubrieron los primeros restos petrificados de un animal prehistórico, la ciencia positivista de entonces los consideró simples piedras de forma caprichosa, producto de la erosión o de ciertos plegamientos de la corteza terrestre; era absurdo pensar que se tratara de restos de un animal quimérico. Al cabo de los años se supo que la fantasía, no la ciencia, estaba en lo cierto: los dragones habían existido. En otras palabras, los dinosaurios, los diplodocus, los ictiosaurios, eran animales nacidos de los huevos que aquellos terribles dragones de la antigüedad depositaron en los espíritus más imaginativos.

Imposible, pues, trazar una frontera entre lo real y lo imaginario. Pero ¿qué es real?, ¿en qué consiste la realidad? La respuesta viene dada siempre por la razón, asistida de la ciencia y de la lógica. Sin embargo, dicha facultad y dichos instrumentos sólo pueden juzgar sobre aquello que conocen, aquello que constituye su campo propio de operaciones. Son del todo incompetentes para decidir si ahí acaba o no la realidad. Ya la pregunta misma qué es real y qué es imaginario resulta una pregunta mal hecha, cargada de prejuicios, impuesta por la razón.

Ocurre lo mismo con esa otra distinción entre el sueño y el estado de vigilia, una distinción que sólo establecemos en estado de vigilia, al dictado de una facultad que es juez y parte. La verdad global, la verdad de fondo, es que nuestras vidas y nuestros sueños están tejidos del mismo hilo. Únicamente cabría preguntar: ¿el sueño es una parte de la realidad o la realidad es una parte del sueño? No hay inconveniente alguno en decir que todo es sueño, que el sueño abarca indistintamente las divagaciones de la noche y los raciocinios del día. Yo estoy soñando ahora que escribo para una revista; si alguno de vosotros me contesta que eso no es cierto, que el acto de escribir es real y no soñado, yo oigo su voz en sueños, lo cual viene a confirmarme en mi opinión. Reconozco que alguna diferencia existe entre el día y la noche, y es que durante el día soñamos que no estamos soñando. A mí me ocurre con frecuencia hallarme profundamente dormida y a la vez soñando que no puedo dormir. Por supuesto, amigos, con el mismo derecho cabría decir que todo es realidad, que nada es sueño, tampoco nuestros sueños nocturnos. No cambia nada, excepto la manera de expresarnos. Lo único que importa es percatarse de que todas nuestras horas, las del día y las de la noche, están hechas de la misma tela. Un hombre pobre que soñara cada día doce horas que es rico sería tan feliz como un rico que durante ese mismo tiempo soñara que es pobre. ¿No lo creéis así? Veo que os preocupan los problemas sociales, os felicito. Pero al menos una cosa tenéis que concederme: que sería más prudente empezar a desconfiar de ese monopolio concedido a la razón, según el cual sólo tiene entidad real lo que ella controla, lo que acontece mientras ella está despierta.

Bajo el imperio de la razón, escuchando solamente los dictados de la ciencia y de la lógica, el hombre ha ido reduciendo su universo cada vez más, has el punto de confundir lo verdadero con lo verificable o con lo verosímil. Las consecuencias no han podido ser más desastrosas. Nos hemos cargado medio mundo. ¿Sabéis lo que ocurrió no hace mucho en México? Un capitán de policía fue al médico para decirle que sus noches eran insoportables: durante horas y horas oía como un batir de alas dentro del dormitorio; encendía la luz y no había nada. El doctor le recetó unos calmantes. En vista de que la situación no mejoraba, en la siguiente visita le dijo a su paciente: "No existe tal batir de alas, no hay ningún pájaro en el dormitorio; de todas formas, para que se convenza usted, le sugiero que tenga a mano su pistola de reglamento y que en cuanto comience a oír ese ruido sospechoso, dispare". Al día siguiente apareció la noticia en todos los periódicos de México: "Un capitán de policía ha dado muerte a su ángel de la guarda".

Os aseguro, amigos, que la realidad es mucho más vasta que el pequeño campo de lo visible y que ese otro campo ligeramente mayor de lo verosímil. Hay ocasiones en que notamos que se nos mueve el piso... es como si despertáramos de repente en una habitación desconocida, o como si al salir del metro nos encontráramos en una calle extraña entre gentes que hablan otro idioma. Es un aviso.

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