Esperando el milagro que no llega
Nos aferramos con fuerza a todo: a las personas, a la vida, al dinero, a lo que tenemos (o creemos tener), a nuestro orgullo, a nuestros hábitos, a nuestra cultura, a la forma de ver el mundo, a un determinado estatus…
Nos asimos con débiles tentáculos a rocas de arena que se desmoronan cuando las apretamos demasiado fuerte.
Deberíamos ser flexibles y movernos mecidos por el viento de las circunstancias, por la corriente de agua que nos lleva.
Intentamos vanamente resucitar el cadáver de una sociedad que hiede, mantener la putrefacción que corroe los pilares estructurales de un edificio derruido. Nos produce pánico cambiar, soltarnos…
Las hojas que se mueven van más lejos, pero seguimos pegados a este árbol carcomido y sin sabia, esperando el milagro que no llega.
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