Sin pan
¿Cuánto años hace que nos une el empeño por acabar con el hambre en el mundo? ¿Qué resultados se han conseguido hasta ahora? Cada objetivo que se ha fijado la comunidad internacional ha quedado en un loable deseo, en declaraciones huecas, en papel mojado. Si aún no se ha terminado con la plaga del hambre es porque no existe una verdadera voluntad de hacerlo. Ni la ONU ni los países desarrollados van más allá de las buenas intenciones.
Antes, el hambre era el azote del llamado Tercer Mundo, ahora lo tenemos en casa. Se calcula que en España más de un millón de personas pasan hambre y no ingieren las calorías y proteínas mínimas necesarias. Una cifra que, en la actual coyuntura de crisis económica, social, paro y precariedad, seguirá aumentando.
El hambre es una lacra vergonzosa. En el siglo XXI, el problema no es la escasez de comida, sino su pésima distribución. Toneladas de alimentos va diariamente al cubo de la basura, mientras 870 millones de personas en todo el mundo pasan hambre. La producción de alimentos se ha multiplicado por tres en los últimos 60 años, según la organización GRAIN, pero hace falta tener dinero para comprarlos o disponer de tierra, acceso al agua, a las semillas… para producirlos.
¿Cuál es el problema entonces? El de siempre: el dinero. El dinero que mueve a las multinacionales a imponer precios por debajo de coste, obteniendo así ingentes beneficios. El dinero que genera acaparar tierra, controlar el uso del agua, especular con los precios. La avaricia, la injusta distribución, las nefastas políticas agrícolas y comerciales… Todo esto consigue que muchos no tengan ni un trozo de pan que llevarse a la boca.
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