El trabajo como condena
El trabajo no abunda precisamente, las posibilidades de ascender son remotas y los salarios se quedan muy lejos de lo que todos desearíamos. Dada la situación, los trabajadores se ven forzados a aferrarse a su puesto, aunque en otras circunstancias más favorables, ya habrían salido huyendo de él.
Ambiente laboral enrarecido, problemas con los jefes o los compañeros, baja remuneración, jornadas laborales interminables, presión excesiva…, suelen ser algunos de los factores que hacen que un trabajo se convierta en condena. Por no hablar de aquellas personas que tienen que aceptar un puesto muy por debajo de su capacitación y de sus expectativas con tal de cobrar a fin de mes.
Existe una bibliografía extensa plagada de consejos para sobrevivir en un puesto que no te motiva, al que acudes a disgusto, que preferirías dejar. Se trata de tácticas para sobrevivir en la jungla laboral sin perder la salud mental o acabar con el ánimo envenenado. Pero resulta complicado vivir a diario una situación laboral estresante, acudir a una empresa a la que no terminas de adaptarte, en la que difícilmente lograrás una promoción, con el fantasma de la inestabilidad rondando y sometido a los cambios constantes que las circunstancias y el mercado exigen.
Legiones de personas frustradas acuden a sus puestos cada mañana con el ánimo decaído y las emociones en estado de efervescencia, sintiéndose tan a disgusto en su entorno que se mantienen al margen de él y considerándose víctimas de una situación de la que no ven manera de escapar.
Un mal día después de otro mal día y como anticipo de otro peor. Estas no son las mejores expectativas cuando ni siquiera el salario compensa el sufrimiento emocional. Un trabajador feliz es mucho más productivo que uno que no lo es, pero ¿a cuántos jefes les importa?
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