Una farsa democrática
Como, desde hace años, soy consciente de que no hay nada más iluso que votar a alguien y después pensar que se ocupará de tus problemas, no espero nada de los políticos. La democracia se ha convertido en una farsa, hasta tal punto que el verbo representar se adapta más al sentido de interpretar una obra que al de sustituir a alguien en el ejercicio de sus derechos. Así fue en sus inicios, cuando la Convención Nacional francesa estaba constituida por el pueblo, vestido como pueblo, hablando como pueblo y actuando como pueblo.
Quizá sea buen momento para que alguien exija la presencia del pueblo en el Parlamento y alguien reescriba la carta que Robespierre dirigió a aquella Convención formada por el pueblo, más vigente que nunca tras los desahucios, las privatizaciones, los recortes, las cargas policiales… “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo el más sagrado e indispensable de los deberes”.
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