Cuestión de confianza
En la vida, nos toca afrontar circunstancias adversas con cierta frecuencia, son situaciones que afectan a nuestro estado emocional y que nos hacen perder la confianza en nosotros mismos. Nos sentimos inseguros y dudamos de nuestra capacidad para hacer frente a los retos que se nos presentan.
La inseguridad tiene dos caras. Por un lado, nos encontramos ante un desafío nuevo que nuestra mente debe analizar y valorar según sea su gravedad y los efectos que pueda tener. Por otro lado, efectuamos una estimación de nuestra capacidad o habilidad para solventar con éxito esta circunstancia. Si nuestra mente resuelve que estamos facultados para hacer frente a esta dificultad, nos sentiremos seguros y confiados. Y es que nuestra inseguridad está vinculada a la autoestima, a la imagen que hemos construido sobre nosotros.
A veces, una crítica severa, un fracaso, la traición de alguien a quien queremos, el mal resultado obtenido en un trabajo… puede desencadenar la inseguridad. Cualquier experiencia que deje en entredicho nuestra competencia, puede hacernos perder la confianza.
En la mayoría de los casos, somos capaces de enfocar la realidad con la suficiente objetividad como para no hacer juicios precipitados y sopesar la gravedad del problema sin hacer de ello una tragedia. Pero hay ocasiones en las que nos sentimos especialmente vulnerables, débiles, y es entonces cuando tendemos a sacar conclusiones rápidas y a ser catastrofistas. Obviamente, estas conclusiones suelen no ser fiables, pero aun así nos basamos en ellas para tomar decisiones.
Existen personas que suelen evitar las situaciones que les provocan inseguridad. Son personas que ante la eventualidad de cometer errores o ser rechazadas, prefieren no hacer nada y evitar el coste emocional que esto supone. Por eso necesitan de los demás para caminar por la vida apoyados en alguien más fuerte y capaz y tienen dificultades para funcionar con una mínima autonomía, sin contar con la aprobación ajena.
Otras personas, actúan ante su inseguridad de manera preventiva. No se fían de su habilidad, de su inteligencia para hacer algo e invierten tiempo y esfuerzo en planificar, controlar y reducir cualquier riesgo de hacer mal las cosas.
Está claro que no nos podemos fiar de lo que nos dice nuestra mente en una situación de inseguridad, cuando sentimos miedo. Es más que probable que exageremos los aspectos negativos del problema al que nos enfrentamos. En lugar de salir corriendo muertos de miedo y desaprovechando oportunidades, de imaginar un futuro negro y sin salidas, ¿por qué no probamos a cambiar de actitud siendo más positivos?
Todos hablamos con nosotros mismos y en esos diálogos solemos tratarnos con desprecio, recriminarnos por nuestra torpeza, juzgarnos con una severidad excesiva que no aplicaríamos a los demás. ¿No sería preferible analizar qué queremos y la forma en que podemos conseguirlo? Si descartamos esas valoraciones automáticas y negativas, si nos concedemos la oportunidad de intentarlo, comprobaremos que nada es tan irresoluble como parece a simple vista y que somos capaces de hacer muchísimas más cosas de las que pensamos. Seguramente todos nos hemos sorprendido alguna vez saliendo airosos de una situación complicada que no esperábamos solventar. Si es así, ¿por qué no intentarlo de nuevo?
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