En la biblioteca
No sé si llamar documentación a lo que hago, puede que sea excesivo, incluso falso. Utilizo el periódico como disparadero de ideas cuando pretendo escribir, pero solo como acicate de la memoria. Lo hojeo y lo ojeo, dejo que mi mente divague y me traiga ocurrencias, personajes, recuerdos, lugares, comentarios, palabras. La biblioteca del centro cívico no es el lugar más indicado para mis propósitos porque está llena de distracciones. Gente que pasa a mi lado para mirar revistas y CD, la ventana abierta por la que se cuela el ruido del tráfico, los gritos de los chiquillos que juegan en el parque, los pájaros que entonan trinos de cortejo. Tanta incomodidad ya es por sí misma incompatible con el relajado ritual de escribir. Pese a todo, lo intento.
Con todo, he de concluir que esta mañana he sido feliz durante un par de horas. Una señora muy amable ha actualizado mi tarjeta de biblioteca, me ha permitido usar el ordenador sin demanda previa y he satisfecho la curiosidad que traía apuntada en una hoja de libreta. El resultado: la concreción de un puñado de imágenes y palabras valiosísimas para mi propósito. Y la cosecha de un puñado de dudas igualmente útiles. Por no mencionar este valor intrínseco del estudio silencioso.
Podría pasarme la vida en este ambiente. Siempre teniendo en cuenta que esta vida sería el reverso de otra vida destinada a vivir. Sería una existencia doblemente vivida. Para qué, si no, escribe una.
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