Tiempos dramáticos
Escucho a personas que me cuentan sus problemas y procuro transmitirles esperanza, pero no siempre es fácil porque soy consciente de la falta de alternativas y de recursos que afectan a muchos. Los servicios sociales están desbordados por las consecuencias de una crisis imparable y feroz de la que no todos somos conscientes. Pero cada día resulta más evidente y visible en nuestra ciudad, en nuestras calles, el drama individual y familiar de personas que son víctimas de un sistema que crea marginación y exclusión. Gente que padece en silencio, pasando desapercibida o, lo que es más grave, siendo ignorada y tratada con indiferencia por otros muchos ciudadanos. La voracidad de los mercados, la avaricia de los bancos, el mercantilismo y la idolatría al dinero, el beneficio rápido y fácil dejan al margen de una vida digna a miles de personas.
Personas con nombre y apellidos llaman a todas las puertas: ayuntamientos, ONGs, instituciones privadas y públicas, a cualquier entidad u organismo que atienda la exclusión social. Son personas enfermas, que no reciben ninguna prestación, que no encuentran trabajo, que pierden su vivienda, que no llegan a fin de mes, que casi no pueden comer. Son personas que ya no saben qué hacer ni a quién recurrir, que han caído en la desesperación más angustiante. Y no es para menos.
Para los que todavía tenemos comida en el frigorífico y un techo sobre la cabeza, resulta difícil creer que en el piso de al lado hay gente con serias dificultades para subsistir, que está a punto de quedarse sin vivienda, que no puede pagar las facturas… Del drama del paro se derivan situaciones socialmente inasumibles y éticamente inadmisibles ya que comportan pérdida de derechos, debilitan la solidaridad, propician la precariedad y fomentan la inestabilidad social. El panorama que día a día constato desde mi privilegiada atalaya, escuchando y hablando con personas al límite de su resistencia, no puede ser más penoso.
Urgen nuevas formas, nuevas actitudes, nuevos compromisos. Nadie puede permanecer impasible o indiferente ante la pérdida incesante de puestos de trabajo, la disminución reiterada de derechos, la desprotección social de familias enteras, la amenaza del desahucio, la aparición del hambre entre nosotros… Para una sociedad, el empobrecimiento ético es casi más perjudicial que el empobrecimiento económico. Debe existir una esperanza, debemos crear un futuro, otra sociedad distinta, porque en la actual no importa la dignidad de las personas y los políticos no trabajan para los ciudadanos.
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