Escuela privada
Un denominador común de las familias de clase media-alta y alta son los colegios privados. Los padres, preocupados por la educación de sus chavales, desconfían de la educación universal, generalista y gratuita, y matriculan a sus hijos en prestigiosos y carísimos centros de enseñanza, esperando que la criatura salga de allí más culta, refinada e inteligente, con una formación académica que lo dirija directamente a la gloria. Sin embargo, los colegios privados no aportan un plus de nada, al menos desde un punto de vista estrictamente educativo.
Es habitual que en lugares como, por ejemplo, Nueva York, las familias con dinero se gasten unos 32.000$ anuales en la educación de sus retoños. Probablemente ignoran que en un colegio elitista y exclusivo aprenderán lo mismo que en una escuela pública. Y es que, según estudios realizados, la calidad del colegio parece no guardar demasiada relación con lo que aprenden los alumnos de clase media. La diferencia la marca el entorno y el nivel educativo de los padres, no el centro en el que se estudia.
Si un niño que está acostumbrado a ver leyendo a sus padres, expresándose con corrección, argumentando sus opiniones con criterios de peso y les escucha decir siempre lo importante que es adquirir una buena preparación. Si, además, su entorno es un hogar tranquilo y sin conflictos en el que cuenta con la dedicación de su familia para satisfacer su innata curiosidad, la naturaleza hará su función. Por eso parece absurdo gastarse una ingente cantidad de dinero en colegios que no hacen mucho para mejorar la educación de los peques. Deberían preocupar más las amistades de las que se rodea el niño que sus buenas notas. Y no se trata, por supuesto, de evitar que se mezcle con chusma, sino de que sus amigos tengan similares objetivos en la vida y se preparen debidamente para conseguirlos.
No hay que desestimar la importancia del círculo social en el que uno se mueve, y haber estudiado en Harvard, en Taft o en La Salle Bonanova, consigue que se tenga en la agenda de amigos al presidente de los Estados Unidos, a un poderoso banquero de Connecticut o a un político catalán. Así que quizás los padres pudientes no buscan la excelencia académica de sus hijos al llevarlos a un colegio de élite, sino asegurarse de que tendrán amistades “influyentes”. Que nunca vienen mal.
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