Sin normas
La descarnada lucha, más que por la vida, por la posesión, deprisa y a ultranza, aliada con el prestigio de lo natural y lo espontáneo, entendiendo por tal el empellón y la zancadilla y el todos iguales, pero a ver quién puede más, han supuesto una crisis para las normas que regulaban el trato social. Normas ciertamente convencionales, incómodas muchas veces, a contrapelo de lo que pide el cuerpo, pero con el mérito de haber sido pensadas en favor del otro. No me refiero, claro es, a las que significan sumisión, a diferencias injustamente impuestas, sino a las que expresaban una voluntad de autocontrol y, a la vez, de respeto hacia los demás y hacia uno mismo.
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