Otro sátrapa
Durante 23 años, Ben Ali fue el presidente de Tunicia si tener en cuenta las necesidades de su pueblo y enriqueciéndose a su costa. Tunicia es un país islámico, pero con un fuerte laicismo, y en un intenso mes de lucha los ciudadanos liberales y asqueados de tanta corrupción han derrocado al régimen autoritario que los acogotaba. En Tunicia los negocios pagaban tributo a la familia y a los amigos de Ben Ali y su segunda esposa detentaba un poder casi absoluto en asuntos económicos, de manera que era difícil saber si el dinero que entraba en caja iba destinado a las arcas del Estado o a la cuenta corriente del presidente. Tunicia cuenta con fuentes importantes de ingresos: inversiones turísticas, gas, petróleo, empresas textiles…, pero los beneficios que generaban terminaron en los bolsillo de los más allegados a Ben Ali. Así ocurría durante 23 años, hasta que un joven fue abofeteado en un mercado y saltó la chispa que hizo arder el país entero. La revuelta puede tener repercusión en otros países que viven circunstancias similares: Egipto, Argelia, Libia o Marruecos se pueden contagiar de estos deseos de democracia y libertad. No olvidemos que estos países son excolonias que han recibido el protectorado europeo durante muchos años. Por ejemplo, Ben Ali era aliado de Estados Unidos y de Francia y ambos estados sabían de las tropelías del dictador, pero las consentían por el soporte estratégico que representaba este aliado en la zona. Ahora el pueblo tunecino se ha rebelado contra la represión que padecía y la comunidad internacional debe secundar esta decisión porque no pueden permitirse más abusos de poder, ni más dictaduras, ni más sátrapas sentados en una poltrona vitalicia.
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