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Justicia judeocristiana

Justicia judeocristiana

Los fundamentos de la lógica jurídica proceden de las primeras líneas del Génesis. Por tanto, la genealogía del Código Civil de muchos países es judía (el Pentateuco) y cristiana (la Biblia). Los aparatos, la técnica, la lógica y la metafísica del derecho derivan en línea recta de lo que enseña la fábula del paraíso original: un hombre libre, por tanto, responsable, y por tanto, posiblemente culpable. Como está dotado de libertad, el individuo puede elegir, escoger, preferir una cosa antes que otra dentro del campo de las posibilidades. Toda acción procede, en consecuencia, de una libre elección, de una voluntad libre, informada y manifiesta.

El postulado del libre albedrío es indispensable para concebir cualquier acción represiva. Porque probar la fruta prohibida, la desobediencia y la falta cometida en el jardín del Edén derivan de un acto voluntario y, por tanto, susceptible de ser censurado y castigado. Adán y Eva tenían la posibilidad de no pecar, ya que los crearon libres, pero prefirieron el vicio a la virtud. De manera que se les puede pedir cuentas. Incluso hacérselo pagar. Y Dios los condena, a ellos y a toda su descendencia, al pudor, a la vergüenza, al trabajo, al parto con dolor, al sufrimiento, al envejecimiento, a la sumisión de las mujeres a los hombres, a la dificultad de cualquier intersubjetividad sexuada. A partir de aquí, sobre este esquema y en virtud del principio decretado en los primeros tiempos de las Escrituras, el juez puede jugar a ser Dios sobre la tierra.

Aunque un tribunal actúe sin signos religiosos, su dinámica se activa siguiendo el esquema siguiente: el violador de un niño es libre, puede escoger entre una sexualidad normal con una pareja que consienta y una violencia escalofriante con unas víctimas que quedan destruidas para siempre. En su alma y en su conciencia, dotado de un libre albedrío que le permite querer esto antes que lo otro, prefiere la violencia, cuando podría haber decidido otra cosa. De manera que ante el tribunal se le pueden pedir cuentas, escucharlo vagamente, no entenderlo y enviarlo a pasar unos cuantos años a una prisión donde probablemente se dejará violar como forma de bienvenida antes de pudrirse en una celda de donde saldrá después de haber renegado de la enfermedad que le afecta.

¿Alguien aceptaría que un hospital encerrara a un hombre o a una mujer a quien le han descubierto un tumor cerebral -que no es más selecto que una inclinación pedófila- en una celda, exponiéndolo a la violencia represiva de unos cuantos compañeros de habitación que uno mantiene en el salvajismo etológico de un confinamiento celular y abandonarlo, aunque sea durante un cuarto de su existencia, al trabajo del cáncer, sin atención, sin curas y sin terapia? ¿Alguien? Respuesta: todos aquellos que activan la maquinaria judicial y la hacen funcionar como un artefacto que han encontrado a las puertas del jardín del Edén sin preguntarse qué es, por qué está ahí, de qué manera funciona.

Esta maquinaria de la colonia penitenciaria de Kafka produce sus efectos en el día a día de los palacios denominados de justicia europeos y en las prisiones subsidiarias. Esta colisión entre libre albedrío y preferencia voluntaria del Mal en detrimento del Bien que legitima la responsabilidad y, por tanto, la culpabilidad, y por tanto el castigo, supone el funcionamiento de un pensamiento mágico que ignora lo que la evolución postcristiana de Freud ilumina con el psicoanálisis y otros filósofos que ponen en evidencia el poder de los determinismos inconscientes, psicológicos, culturales, sociales, familiares, etológicos, etc.

El cuerpo y el derecho, incluso y todavía más cuando se piensan, se creen y se autodenominan laicos, proceden del episteme judeocristiano. Y a todo esto podríamos añadir, para completar el inventario de los ámbitos involucrados, pero éste no es el lugar para hacerlo, unos análisis sobre la pedagogía, la estética, la política, la sacrosanta trinidad: trabajo, familia, patria... y tantas otras actividades de las cuales podríamos demostrar la impregnación religiosa bíblica. Un esfuerzo más para ser verdaderamente laico.

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