Crispados
La España monárquica, la España republicana, la España españolísima, la España de las nacionalidades y todas las Españas posibles se defienden con crispación. La radicalización no ha triunfado nunca, salvo en las revoluciones, aunque no haya servido para cambiar nada. La radicalidad, sin razones, provoca más radicalidad y es una prueba de inmadurez. Tal vez la solución que nos convenga a los españoles sea la de convertir al país en una federación de estados ibéricos, antes de que acabemos a tiros, que nunca sería la opción acertada.
Este ambiente actual, enrarecido y tenso, lleva a la confusión y tarde o temprano ganan los que más gritan, nunca los que razonan. Cada grupo juega sin escrúpulos con la democracia y la libertad, juega al enfrentamiento, a ver quién gana. Lo triste del caso es que unos y otros no se percatan de que este juego nada tiene de inocente.
Sólo la inteligencia puede hacer callar a los fanáticos y la tolerancia, en este caso, es una debilidad terrible. La historia del siglo XX avala esta tesis con trágicos ejemplos.
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