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Mozart un genio trastocado

Mozart un genio trastocado

Wolfgang Amadeus Mozart no fue un contestatario, sino un conformista hasta la muerte. Era el niño obediente (demasiado obediente) que asumió como propias todas las tareas y ambiciones que le impusiera su padre, Leopold. Su expresión facial correspondía a lo que sus biógrafos han catalogado como una personalidad inmadura y obsesiva. El propio Mozart no parecía demostrar mucha autoestima al escribir a uno de sus contados amigos: “Si la gente pudiera ver dentro de mi corazón me sentiría avergonzado. Todo dentro de mí es tan frío, tan gélidamente frío”. “Hay una sensación de vacío en mí que me causa dolor”. Sin embargo, la cantidad y calidad de sus composiciones difícilmente se asociarían con una disposición depresiva, con la sola excepción del penúltimo concierto para piano que compuso (en Sí Bemol Mayor, KV 595), escasamente once meses antes de su muerte. En él, prevalece un estado de resignación, al tiempo que es posible apreciar en los matices y modulaciones de su armonía, la lucha interior del compositor para suprimir cualquier manifestación de energía, incompatible con la profundidad de su tristeza.


Adulto ya, fue el sacrificado cónyuge que se dedicaba a satisfacer los caprichos de su esposa Constanze. Con la salud quebrantada, aceptó el misterioso encargo de componer el Réquiem para un cliente desconocido. Su postrer intento de develación supuso una confrontación intolerable. Fue presa de trastornos del sueño, ideación paranoide y premoniciones acerca de su inminente fin que precipitaron su deceso, atribuido a patologías somáticas tan disímiles como el envenenamiento, septicemia, uremia, fiebre tifoidea o la púrpura trombocitopénica. En definitiva, un colapso de sus defensas que lo llevó a la muerte a la temprana edad de 35 años.

Mozart fue un genio divino, un niño prodigio: con tres años interpretaba de memoria al piano minuetos que había estudiado tan sólo media hora antes; con cinco, ya componía, y su padre lo presentó por todas las cortes europeas, donde daba conciertos con su hermana mayor; a los nueve años compuso su primera sinfonía, y a los trece ya era concertista en el arzobispado de Salzburgo. Tras viajar a Italia y París, Mozart se instaló en la meca de la música: Viena, donde se independizó de la corte convirtiéndose en artista autónomo. En Viena vive de los conciertos, de los encargos y de las clases que imparte. Y no vive mal, es uno de los solistas mejor pagados de la capital, se procura un caballo y frecuenta los círculos más exquisitos. En 1784 ingresa en la logia masónica y compone para ella.

La forma de trabajar de Mozart es asombrosa. Suele componer la pieza en su cabeza y después se limita a escribirla. En 1786 se estrena la ópera “Las bodas de Fígaro”, que cosecha críticas dispares, pues es la primera vez que una ópera muestra conflictos sociales: un aristócrata español quiere poseer a una joven burguesa ya comprometida. Tanto la esposa del aristócrata como la joven y su prometido se confabulan contra él. Faltan tres años para la Revolución francesa, y los nobles ya no pueden hacer lo que quieren. Después se estrena en Praga “Don Giovanni”, ópera que da una forma tan perfecta a la historia de Don Juan que más tarde el filósofo danés Sören Kierkegaard la elevará a la categoría de una forma de vida, la vida estética.

Durante los años siguientes, Mozart tiene dificultades económicas. La guerra contra los turcos trae consigo un descenso del número de encargos y conciertos; al mismo tiempo su esposa Constanze cae enferma y requiere curas muy costosas. Mozart compone “Cosi fan tutte” y la opereta “La flauta mágica”. En 1791 se presenta en su casa un misterioso mensajero que le hace un encargo anónimo: un réquiem, es decir, una misa de difuntos. Mozart enferma, sigue trabajando en su lecho y finalmente muere el 5 de diciembre de 1791 a los treinta y cinco años de edad, cuando estaba en la flor de la vida.

Muy pronto empezaron a circular rumores sobre su muerte. Se decía, entre otras cosas, que Antonio Salieri, un mediocre compositor de la corte, le había envenenado por envidia hacia su genialidad. Este rumor fue extendido por Pushkin y el escritor inglés Peter Shafer lo convirtió en el tema de su obra “Amadeus”, sobre la que el director de cine Milos Forman hizo una película con el mismo título, galardonada con ocho Oscar.

La temprana muerte de Mozart y el efecto sobrenatural de su música convirtieron al compositor en un mito. Pasó a la posteridad como un genio divino perseguido por criaturas inferiores. Su música es elegante y puede llegar a ser sentimental, pero jamás cae en la sensiblería. En realidad, Salieri era inocente, y el misterioso mensajero había sido enviado por el conde Waldeck, que había encargado el réquiem para hacerlo pasar por una composición suya.

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