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Cierzo

El dolor del vacío

Hay un dolor físico y un dolor psíquico. Hay un dolor que te obliga a coleccionar miradas de hombres o mujeres y sus respectivas camas. Un dolor que te hacer ser enrollado cuando conoces gente y pasearte por un océano de alcohol. Es un dolor que oculta el no saber compartir. Es el dolor de no implicarse, de no arriesgarse en una relación. O quizás oculta la necesidad de ser un conejillo de Indias que prueba todas las drogas que fabrican los laboratorios clandestinos del mundo, sin darte cuenta de que estás en un territorio devastado por las pastillas y los derivados alucinógenos producidos para huir de la realidad.

 

Hay un dolor descrito y considerado de mujeres, pero que en realidad es de todos. El dolor de estar ante el televisor a las tantas de la madrugada, con una tableta de chocolate en la mano o una tarrina gigante de helado, mirando la teletienda cuando no quieres comprar nada. Es la necesidad de llenar la soledad mediante el empacho y la tele. Es el dolor de sentirte diferente o inferior.

 

Hay un dolor psíquico, espiritual o del alma, que exige trascendencia. Y entonces, poco a poco llegas a la oración, al templo o al libro. No es que se te haya despertado el afán por la lectura, es el interés por un libro que resume la vida y la actitud que debemos tener ante ella. Y de repente, sin buscarlo, pasas de esta dosis de energía espiritual a convertirte en un fanático del yoga, del tao, del zen o de lo que sea. Esto no tendría nada de malo si no fuera porque acaban exigiendo que las mujeres de tu país vayan vestidas con una sábana que les cubra el cuerpo. O que pidas que se quemen en la plaza pública los libros que no reverencian el mito que tú practicas, un mito que tal vez nunca existió.

 

Hay un vacío que se llena con trapos de colores. Banderas de fútbol, de naciones o de quimeras. El límite entre la adoración del fanático a determinados colores y el sano entusiasmo, no está claro. Si tu vida acaba en un club de fútbol, en vez de disfrutar de él, comienzas a tener un problema. Los clubes, las banderas, ayudan a tirar hacia adelante, a pasarlo bien, pero no deberían ser un tótem, un dios.

 

El dolor es tan diverso como nuestras maneras de combatirlo.

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