Descodificando el código
Nos apasionan los escándalos, la maledicencia y los rumores, Dan Brown lo sabe y explota el filón en su obra “El código Da Vinci”. Jesucristo es una figura universalmente conocida, es nada más y nada menos que Dios, y cualquier cosa que se diga de él, por fuerza, ha de suscitar, como mínimo, curiosidad. Recientes hallazgos documentales nos desvelan que la divinidad de Cristo fue un invento político del siglo IV; que Jesús mantuvo una relación amorosa con María Magdalena de la que nació una hija: Sarah, de quien procede el linaje de la verdadera iglesia cristiana; que la Iglesia católica oficial luchó contra ese linaje auténtico desde sus orígenes y que, bajo el poder del emperador Constantino, urdió en aquel siglo tardío los cuatro evangelios canónicos, los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, e intentó destruir los llamados evangelios apócrifos, que serían los auténticos; que esta lucha para combatir a la "diosa" Magdalena estuvo plagada de asesinatos y del sacrificio de millones de mujeres que se han perpetuado en el tiempo hasta nuestros días. Pero hoy, gracias a la imaginación de Brown, una pareja de investigadores desentraña la confabulación más grande de la historia y descubre que la Iglesia es una mafia tenebrosa que tiene las manos manchadas de sangre.
Un argumento así no puede dejar indiferente a nadie. Católicos y no católicos, personas que nunca leyeron los Evangelios ni conocen la historia de la religión de Cristo, se han sentido cautivados por la novela y han reaccionado ante ella de manera muy distinta. Unos agraviados en lo más hondo de sus creencias, otros satisfechos de haber encontrado al fin la “verdad”. Pero no sólo se juzga el argumento, la novela, como creación literaria, también ha contado con partidarios incondicionales y con feroces detractores. El crítico del New York Times lo ha calificado de “Insulto a la inteligencia”. “Brown mezcla hechos reales con especulación y fantasía de tal manera que el resultado final cobra fácilmente cierta verosimilitud. En un escritor, esto es una habilidad de gran valor. Pero, como cualquier habilidad, puede ser utilizada de forma deshonesta”, Joseph R. Thomas, Catholic News Service. “La novela forma parte de un género que presenta un odioso estereotipo del catolicismo como un villano. El odio al catolicismo impregna todo el libro, pero las peores invectivas las recibe el Opus Dei”, Thomas Roeser, Chicago Sun Times. “Por favor, alguien debería dar a este hombre y a sus editores unas clases básicas sobre la historia del cristianismo y un mapa”, Cynthia Grenier, Weekly Standard.
“El código Da Vinci” hay que tomarlo como lo que es: un best-seller que se ha convertido en un fenómeno comercial gracias a su trama policíaca salpimentada con cuatro pinceladas históricas, unas escenas de erotismo, unos personajes tipo, un halo de misterio y un trasfondo filosófico-trascendental que lo adoba todo.
Pese a quien pese, “El código Da Vinci” supone un exitazo económico para su autor. Traducido a 42 idiomas y con 38,6 millones de ejemplares vendidos, ha ocupado durante dos años la lista de los libros más vendidos del New York Times. La adaptación cinematográfica de la novela también bate récords de taquilla y el videojuego oficial desarrollado para PC y PlayStation 2 se vende como churros. Aclamado o denostado, Dan Brown ha conseguido lo que todo autor persigue: ser leído, o al menos, comprado. Una media de dos millones de copias vendidas al mes, avalan este trabajo que, sin duda, seguirá dando mucho que hablar.
Desmantelando “El código Da Vinci” (Las pifias)
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