La juventud que viene
Hemos educado mal a nuestros hijos, dándoles más premios que castigos y sin negarles nada, excepto nuestro tiempo. No olvidemos que es habitual que muchos padres no vean a sus hijos en toda la semana. Como disculpa, nos hemos inventado aquello de que es preferible la calidad a la cantidad de tiempo que pasamos con nuestros vástagos, pero aún así, para lavar el sentimiento de culpa que nos corroe, les damos de todo sin que nos lo pidan. Maleducamos sin disciplina.
Con la incorporación de la mujer al mundo laboral, ya nadie come en casa, los chavales se quedan en el comedor del colegio, y luego les buscamos todo tipo de actividades extraescolares para alargar su jornada y hacerla más compatible con nuestro irracional horario. A los padres les sustituye la canguro, los abuelos esclavos, los profesores, la televisión o el ordenador.
Hemos creado una juventud que no acepta las negativas a sus deseos y se desmorona al primer contratiempo. Como han crecido sin frustración, no la conocen y no saben hacerle frente. Hemos contribuido a que en nuestra sociedad haya asesinos, violadores, atracadores, camellos y homicidas de diez, trece o quince años. Y ahora no sabemos qué hacer con estos niños sumamente peligrosos a los que no hay forma de rehabilitar debidamente, porque de esta tarea se encargan asistentes sociales sin ningún poder legal sobre ellos. Hemos ordenado leyes para limitar la existencia de niños peligrosos, pero no hemos modificado los factores de riesgo que abocan a los chavales a ser delincuentes precoces. En nuestra vida hay otras prioridades que nos roban el tiempo que les debemos a nuestros hijos.
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