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Cierzo

Realidad y ficción

En la tiránica voluntad de querer cambiar el mundo sólo se esconde el utópico deseo de querer diseñar ese mundo a nuestra manera, para que termine siendo un incómodo traje a la medida de nuestros sueños y un incómodo pingo a la medida de las pesadillas ajenas.

Pero la realidad es un niño caprichoso y derrochador que nunca se cansa de cambiar de traje: no es necesario provocar ese cambio.

Vivimos en una suma de ficciones que llamamos realidad. ¿Qué son las revoluciones, las ideologías, las leyes, los ídolos y las religiones, qué son sino sueños, íntimas ficciones que hemos querido imponer sobre el mundo? ¿Por qué juzgar una página de Leibriz o Gustav Meyrink menos real que el hombre que la escribió o la pluma con que fueron redactadas? ¿Por qué defender que un verso de Marcial o Virgilio es menos real que un pantalón o una iglesia? ¿Qué objeto mental es más incierto o más improbable que un objeto físico? No es impreciso suponer que el realismo es un fruto del amor hacia la realidad: ¿y qué objeto existe más voluble e incierto que el amor? Pero no nos engañemos, basta escribir la palabra amor para que la idea de amor exista. Y basta con pensar en Dios para que sea tan real como la tierra que pisamos.

Creo que no es gratuito afirmar que esta última frase la sostiene una agnóstica. Yo creo que Dios es una divertida invención humana, es decir, existe por las mismas razones que Don Quijote, Orfeo o Gulliver: porque un día algunos hombres decidieron inventarse ciertos personajes con la temeraria pretensión de explicar esa raza, no del todo civilizada, que puebla el mundo y las bibliotecas con libros que frecuentan lo inexplicable. Nada tan real como Dios, ese personaje de novela que sólo existe en los libros y en las esperanzas de aquellos que se niegan a morir.

Nada que sea pensable es irreal. Otra cosa es que lo pensado sea algo tangible.

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