A propósito de Bukowski
Me encontraba en plena época de incertidumbre literaria, estaba buscando una voz, esa voz única, mía, con la que expresarme. Pensaba que tendría que ser poética, armoniosa, sencilla, elegante... Qué sé yo. Abrí el libro Mujeres y empecé a leer: Me levanté, cagué, meé y me lavé los dientes.
Esta contundente frase fue una revelación. No sobra nada. No falta nada. Es clara. Eficaz. Precisa. Descriptiva. Directa. Fuerte. Arriesgada. Perfecta.
Y yo quebrándome la cabeza.
Bukowski huele a alcohol barato, a vómito resacoso, a agónica ironía, a desiertos humanos. Escribe entre los intervalos del delirium tremens perpetuo, cuando los descansos entre polvo y polvo se lo permiten. Su lenguaje es crudo, brutal, tan sincero y auténtico que estremece.
Henry Chinaski se parece demasiado a Charles Bukowski para ser un personaje, el personaje omnipresente que se funde y se confunde con el autor. Mientras los demás intentamos escondernos tras los personajes, él ya ha asumido que siempre escribirá sobre sí mismo y no pierde el tiempo jugando al escondite. No recurre a los típicos artificios literarios y habla de sexo, de amor, de dolor, de lo cotidiano... sin rubor, con conocimiento, sin escatimar el sarcasmo, marca de la casa. Mientras otros se envanecen y se incluyen en la tribu de los elegidos, él no olvida que los poetas también cagan.
Esta contundente frase fue una revelación. No sobra nada. No falta nada. Es clara. Eficaz. Precisa. Descriptiva. Directa. Fuerte. Arriesgada. Perfecta.
Y yo quebrándome la cabeza.
Bukowski huele a alcohol barato, a vómito resacoso, a agónica ironía, a desiertos humanos. Escribe entre los intervalos del delirium tremens perpetuo, cuando los descansos entre polvo y polvo se lo permiten. Su lenguaje es crudo, brutal, tan sincero y auténtico que estremece.
Henry Chinaski se parece demasiado a Charles Bukowski para ser un personaje, el personaje omnipresente que se funde y se confunde con el autor. Mientras los demás intentamos escondernos tras los personajes, él ya ha asumido que siempre escribirá sobre sí mismo y no pierde el tiempo jugando al escondite. No recurre a los típicos artificios literarios y habla de sexo, de amor, de dolor, de lo cotidiano... sin rubor, con conocimiento, sin escatimar el sarcasmo, marca de la casa. Mientras otros se envanecen y se incluyen en la tribu de los elegidos, él no olvida que los poetas también cagan.
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