Crueldad gratuita
Llega el verano y, como cada año por estas fechas, bienintencionadas familias españolas acogerán en sus hogares a niños saharauis, rusos, chinos, guatemaltecos o de donde sea para que pasen aquí unas vacaciones. Esta crueldad es estúpida y gratuita. Demos un mes de bienestar a un desarrapado y habremos ganado el cielo y su gratitud eterna.
Me parece terrible sacar de su entorno familiar y cultural a un niño, traerlo a España para que durante unas semanas conozca cómo se vive en el primer mundo, rodeado de lujos y comodidades, y luego devolver a la criatura a la miseria y a la marginación.
¿Qué cara debe poner un chaval al regresar a su chabola de hojalata en un suburbio cualquiera después de haber disfrutado varias semanas en un chalecito con piscina, electricidad, agua corriente, televisión por cable, teléfono, videojuegos, Internet, aire acondicionado...? ¿Cómo se pasa de abrir una nevera repleta a no tener nada que comer? ¿Cómo se acepta el infierno después de haber vivido en un paraíso consumista?
¿Qué sentirán los padres de esos chiquillos cuando sus hijos les expliquen las maravillas que han visto y vivido? ¿No sufrirán una tremenda frustración, una impotencia devastadora, un dolor feroz y una culpa demoledora al no poder ofrecerles nada de lo que sus generosos amigos españoles les han regalado?
Solo le encuentro una parte positiva al asunto. Es posible que alguno de estos críos, tras haber descubierto nuestra opulenta sociedad, no se resigne a ser un ciudadano de tercera y en cuanto tenga edad suficiente para coger un fusil, se eche al monte e inicie una revolución que nos ponga a todos en nuestro sitio, en la igualdad.
Yo, desde aquí, le animo y le deseo suerte si emprende esta empresa.
Me parece terrible sacar de su entorno familiar y cultural a un niño, traerlo a España para que durante unas semanas conozca cómo se vive en el primer mundo, rodeado de lujos y comodidades, y luego devolver a la criatura a la miseria y a la marginación.
¿Qué cara debe poner un chaval al regresar a su chabola de hojalata en un suburbio cualquiera después de haber disfrutado varias semanas en un chalecito con piscina, electricidad, agua corriente, televisión por cable, teléfono, videojuegos, Internet, aire acondicionado...? ¿Cómo se pasa de abrir una nevera repleta a no tener nada que comer? ¿Cómo se acepta el infierno después de haber vivido en un paraíso consumista?
¿Qué sentirán los padres de esos chiquillos cuando sus hijos les expliquen las maravillas que han visto y vivido? ¿No sufrirán una tremenda frustración, una impotencia devastadora, un dolor feroz y una culpa demoledora al no poder ofrecerles nada de lo que sus generosos amigos españoles les han regalado?
Solo le encuentro una parte positiva al asunto. Es posible que alguno de estos críos, tras haber descubierto nuestra opulenta sociedad, no se resigne a ser un ciudadano de tercera y en cuanto tenga edad suficiente para coger un fusil, se eche al monte e inicie una revolución que nos ponga a todos en nuestro sitio, en la igualdad.
Yo, desde aquí, le animo y le deseo suerte si emprende esta empresa.
0 comentarios