El hombre
Salgo a la calle como un zombi tras una noche de insomnio y al pasar junto a la parada del autobús, veo a un tío estupendo en calzoncillos que me sonríe, es guapo, tiene un cuerpo danone y una mirada entre dulce y pícara. Se me escapa un: ¡joer!, sí que estoy mal, menuda alucinación. Por la tarde, bajando hacia el supermercado en un gran almacén, me topo con el mismo macizorro. Sigue en ropa interior, y ahora me fijo bien en todos los detalles, en cada músculo, en cada centímetro de piel al descubierto, en el tatuaje, en el paquete... Es entonces cuando me sube la libido, la bilirrubina, las transaminasas, el colesterol y el ácido úrico, así, todo de golpe. Esto es un hombre y lo demás sucedáneos. Reparo en que he dejado un charco de baba junto al anuncio de Calvin Klein y hago mutis antes de que la señora de la limpieza se presente con la fregona. Adiós, George Clooney. Lo siento pero he encontrado a otro más cachas y más joven.
De vuelta a casa me consuelo pensando: hay que ver, qué cosas hacen con el ordenador, porque este tío no es real, lo han diseñado, los hombres como éste no existen. ¡Ay! Snif. Sollozos. Freddie Ljungberg es de verdad, de carne y hueso: sueco, 1,76 m. de altura, 75 kg. de peso, 26 tacos y centrocampista del Arsenal. Seguro que tiene novia, fijo, una lagarta que lo ha atado corto y no quiere compartirlo con nadie. La comprendo.
De vuelta a casa me consuelo pensando: hay que ver, qué cosas hacen con el ordenador, porque este tío no es real, lo han diseñado, los hombres como éste no existen. ¡Ay! Snif. Sollozos. Freddie Ljungberg es de verdad, de carne y hueso: sueco, 1,76 m. de altura, 75 kg. de peso, 26 tacos y centrocampista del Arsenal. Seguro que tiene novia, fijo, una lagarta que lo ha atado corto y no quiere compartirlo con nadie. La comprendo.
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