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Cierzo

Fundamentalismo cristiano

En palabras de George W. Bush, Estados Unidos ha sido llamado a defender la nación y a conducir el mundo hacia la paz. Preguntar quién lo ha llamado es pura retórica. Las reiteradas invocaciones a Dios en sus intervenciones públicas y en privado _sin desvalorizar anécdotas como comenzar las sesiones de su Gobierno con lecturas de la Biblia, o reunir al personal de la Casa Blanca en un hotel de Washington para hacer ejercicios espirituales de fin de semana_ indican a las claras que el presidente norteamericano presume de tener comunicación directa con Dios. Cabe preguntarse si tales invocaciones no esconden una escandalosa hipocresía ante el brutal cinismo _que en ocasiones roza la obscenidad_, la arrogancia de hablar en nombre del Bien y de la Verdad, y la convicción de estar ejecutando un mandato divino al empuñar la espada contra el Mal, todo ello respaldado por un poder militar capaz de arrasar países enteros. Sin embargo, sería una equivocación minusvalorar el poder de la fe, porque lo que hace enormemente peligroso a ese poder es la certeza psicótica de estar ejecutando un mandato divino.

Después de la Declaración de Independencia, la exaltación del patriotismo fue elevado a la categoría de dogma, reforzó ese conjunto identificatorio sumando a la predestinación el destino manifiesto como voluntad política. Ambos conceptos mantienen una relación que va más allá de una similitud semántica. Dios, predestinación y misión salvadora universal. En realidad, fundamentalismo cristiano encubierto con una presunta superioridad moral, arrogancia y ambición hegemónica empujando en la dirección de la pulsión de muerte.

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