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Cierzo

Libérrima

Di la verdad. / Di, al menos, tu verdad. / Y después / deja que cualquier cosa ocurra: / que te rompan la página querida, / que te tumben a pedradas la puerta, / que la gente / se amontone delante de tu cuerpo / como si fueras / un prodigio o un muerto. Heberto Padilla

Jamás pensé que me ocurriría a mí. Siempre me he sentido libre, libre para pensar, para decir, para hacer... Siempre he sido rebelde, soñadora con los pies en la tierra, entusiasta... Mi libertad se hizo más grande al percibir el latido de la literatura en mi pecho e hice memoria de la luz, la espuma, la tierra, el hombre... Entonces llegaron las amenazas de guerra, la guerra, y yo, como muchos otros, hallamos en Internet un espacio para la expresión de nuestros deseos y frustraciones, de nuestras utopías y nuestra impotencia. Fuimos muchos los que firmamos manifiestos, artículos, comentarios, protestas... Pero llegó una orden judicial que nos condenó por tenencia ilícita de alma y descubrimos, con las entrañas rotas, que teníamos que aceptar la mordaza que nos impusieron los verdugos de la libertad. Nos callaron, sí, aunque por poco tiempo, porque lejos de arredrarnos, asumimos las inevitables consecuencias de nuestras palabras y seguimos escribiendo, denunciando con nuestra pluma acusadora, pues estamos comprometidos con la verdad.

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