Ataque de caspa
Aquellos que no sean capaces de soportar ni cinco minutos las peripecias de los inquilinos de Hotel Glamour o Gran Hermano, de pasar la resaca de fandangos de Cine de Barrio o aquellos que nunca se hayan sentido fascinados con los brillantes y lisérgicos colores de las casetes de las gasolineras, son afortunados héroes. La cultura basura, esa espectacular exposición de chabacanería casposa, es sólo para estómagos a prueba de bomba y promete quedar registrada en los anales de la historia. Monstruos de feria, escenografía kitsch de película B, teleinmundicia y los divinos de la canción patria. Un descenso a los infiernos, a las peores y más entrañables pesadillas de la razón: el hijo bastardo del buen gusto. Ésta es la peculiar propuesta que nos ofrecen las televisiones. Aunque nos pese a algunos, esta contracultura forma parte de nuestras vidas y de nuestro paisaje de signos, incluso de nuestro paisaje filosófico. Yendo un poco más lejos del escarnio, el análisis de la situación nos lleva a ver que esta cultura silvestre que nace está hecha para todos, no sólo para una élite intelectual, lúcida y cultivada y supone una válvula de escape frente a una cultura codificada, bienpensante y políticamente correcta.
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