Breve historia del libro
Durante el siglo XVIII y gran parte del XIX, los libros incorporaron sustanciales cambios en el ocio. Mucho antes de que los avances técnicos contribuyeran a la aparición de periódicos, revistas o a la difusión masiva de los libros, en el siglo XIII ya se vislumbraba esta futura evolución.
Antes de que los libros se publicaran en la lengua nativa de cada país, propiciando con ello el acceso a la cultura a un mayor número de personas, ya se modificó el formato (antes la medida aproximada era la del actual folio), y con ello se facilitó el transporte; la letra minúscula gótica, más rápida, fue sustituyendo a la antigua escritura que variaba según los centros universitarios: letra inglesa, francesa o boloñesa; disminuyó la ornamentación: las letras floreadas, las miniaturas se hicieron en serie y empezaron a utilizarse las abreviaturas, esto hizo que los libros dejasen de ser sólo un objeto de lujo y se convirtieran en un instrumento para transmitir la cultura durante la baja Edad Media.
En el siglo XVI, se comenzó a leer por puro placer y no solamente por devoción religiosa o vocación erudita. Lo que supuso una revolución aún mayor que el desarrollo de la técnica, la alfabetización o el cambio de temática en las obras escritas.
Durante el Renacimiento se puso de moda leer Historia, especialmente la historia clásica de Herodoto, Plutarco o Julio Cesar; la gente se emocionaba con los relatos medievales como "Roman de la Rose"; disfrutaba de las primeras novelas, como el "Amadís de Gaula" o "El Quijote"; también gustaban los tratados de magia y oscurantismo de Paracelso o Agripa, que llegaron a ser bets-sellers de la época, y los primeros libros eróticos, que incluían ilustraciones.
Fue durante el Renacimiento cuando el lector descubrió la magia que supone traducir los signos caligráficos en imágenes evanescentes de la memoria y a través de ellas participar en otras vidas y gozar de nuevos mundos. Esto modificó la sociedad y el propio concepto del hombre y durante el siglo XV la lectura en silencio se impuso entre la elite intelectual.
Pero la popularidad de los libros no se debió sólo a la satisfacción que proporciona un texto escrito. De entrada, la población que sabía leer fue en aumento, y en segundo lugar, el argumento cambió. Los primeros libros eran, casi en su mayoría, farragosos tratados de Filosofía y Teología y, claro, tenían una divulgación restringida a eruditos, incluso hoy continúan siendo libros minoritarios.
En el siglo XVIII los libros y los periódicos se solían leer en voz alta debido a su elevado costo y al alto índice de analfabetismo. En estos años los libros cumplieron una misión relevante en la historia, fueron los transmisores e impulsores de las nuevas ideas de la Ilustración, ideas que habrían de cambiar el curso de los acontecimientos.
El primer periódico mensual se fundó en Holanda en 1686 y el primer periódico diario, en Inglaterra, en 1702. En aquel momento había en Inglaterra veinticinco publicaciones regulares de todo tipo y en 1750, el número ascendía a noventa. Dos años más tarde había treinta y cinco diarios y publicaciones en Francia y en la Alemania de 1790 se podía escoger entre doscientos cuarenta y siete diarios en circulación.
En esta época poseían libros nueve de cada diez clérigos; tres de cada cuatro miembros de profesiones liberales; uno de cada dos nobles; uno de cada tres comerciantes y uno de cada diez trabajadores manuales. Las bibliotecas se multiplican y las colecciones particulares aumentan de manera considerable.
"El espíritu de las leyes" de Montesquieu tuvo antes de 1751 veintidós ediciones y se tradujo al italiano, polaco y holandés. De "El contrato social" de Rousseau, se hicieron trece ediciones francesas y tres inglesas antes de 1764, y de las obras políticas y satíricas de Voltaire aparecieron traducciones por toda Europa entre 1730 y1778, año de su muerte.
El XIX es el siglo de la rapidez, los libros y los diarios aumentan su velocidad de distribución a medida que el tren acorta las distancias. La novela gana la partida a la Historia o la Filosofía gracias a la difusión de las obras de autores como: Dickens, Flaubert, Tolstoi, Dostoievski o Zola. Dumas escribió en veinte años cuatrocientas novelas y treinta y cinco dramas y sus obras dieron trabajo a ocho mil ciento sesenta personas, entre correctores de pruebas, impresores, gente de teatro... Hay que destacar que a partir de 1830 aparece una literatura crítica destinada a comentar la absoluta miseria en la que vive la clase trabajadora. Los relatos inciden en las penosas condiciones en las que se realizan los trabajos: las altas o bajas temperaturas, la falta de luz, la suciedad, los horarios extenuadores.
En la actualidad, las estadísticas revelan que el 75% de la población adulta ve la televisión una media de tres horas diarias, un 63% escucha la radio, mientras que la lectura de libros ocupa a un 13% de la población. A tenor de estas cifras parece que el hábito de la lectura se halla en manifiesto retroceso.
La lectura de un libro en el silencio de la calma es una de las pocas experiencias sacras que le quedan al hombre de hoy, inmerso en la cultura del vértigo. Los libros nos aíslan del ruido y de la gente, de los problemas que nos plantea la vida cotidiana y nos obligan a recluirnos en la soledad para descubrir que se puede estar solo en buena compañía, basta con estimular la imaginación.
Antes de que los libros se publicaran en la lengua nativa de cada país, propiciando con ello el acceso a la cultura a un mayor número de personas, ya se modificó el formato (antes la medida aproximada era la del actual folio), y con ello se facilitó el transporte; la letra minúscula gótica, más rápida, fue sustituyendo a la antigua escritura que variaba según los centros universitarios: letra inglesa, francesa o boloñesa; disminuyó la ornamentación: las letras floreadas, las miniaturas se hicieron en serie y empezaron a utilizarse las abreviaturas, esto hizo que los libros dejasen de ser sólo un objeto de lujo y se convirtieran en un instrumento para transmitir la cultura durante la baja Edad Media.
En el siglo XVI, se comenzó a leer por puro placer y no solamente por devoción religiosa o vocación erudita. Lo que supuso una revolución aún mayor que el desarrollo de la técnica, la alfabetización o el cambio de temática en las obras escritas.
Durante el Renacimiento se puso de moda leer Historia, especialmente la historia clásica de Herodoto, Plutarco o Julio Cesar; la gente se emocionaba con los relatos medievales como "Roman de la Rose"; disfrutaba de las primeras novelas, como el "Amadís de Gaula" o "El Quijote"; también gustaban los tratados de magia y oscurantismo de Paracelso o Agripa, que llegaron a ser bets-sellers de la época, y los primeros libros eróticos, que incluían ilustraciones.
Fue durante el Renacimiento cuando el lector descubrió la magia que supone traducir los signos caligráficos en imágenes evanescentes de la memoria y a través de ellas participar en otras vidas y gozar de nuevos mundos. Esto modificó la sociedad y el propio concepto del hombre y durante el siglo XV la lectura en silencio se impuso entre la elite intelectual.
Pero la popularidad de los libros no se debió sólo a la satisfacción que proporciona un texto escrito. De entrada, la población que sabía leer fue en aumento, y en segundo lugar, el argumento cambió. Los primeros libros eran, casi en su mayoría, farragosos tratados de Filosofía y Teología y, claro, tenían una divulgación restringida a eruditos, incluso hoy continúan siendo libros minoritarios.
En el siglo XVIII los libros y los periódicos se solían leer en voz alta debido a su elevado costo y al alto índice de analfabetismo. En estos años los libros cumplieron una misión relevante en la historia, fueron los transmisores e impulsores de las nuevas ideas de la Ilustración, ideas que habrían de cambiar el curso de los acontecimientos.
El primer periódico mensual se fundó en Holanda en 1686 y el primer periódico diario, en Inglaterra, en 1702. En aquel momento había en Inglaterra veinticinco publicaciones regulares de todo tipo y en 1750, el número ascendía a noventa. Dos años más tarde había treinta y cinco diarios y publicaciones en Francia y en la Alemania de 1790 se podía escoger entre doscientos cuarenta y siete diarios en circulación.
En esta época poseían libros nueve de cada diez clérigos; tres de cada cuatro miembros de profesiones liberales; uno de cada dos nobles; uno de cada tres comerciantes y uno de cada diez trabajadores manuales. Las bibliotecas se multiplican y las colecciones particulares aumentan de manera considerable.
"El espíritu de las leyes" de Montesquieu tuvo antes de 1751 veintidós ediciones y se tradujo al italiano, polaco y holandés. De "El contrato social" de Rousseau, se hicieron trece ediciones francesas y tres inglesas antes de 1764, y de las obras políticas y satíricas de Voltaire aparecieron traducciones por toda Europa entre 1730 y1778, año de su muerte.
El XIX es el siglo de la rapidez, los libros y los diarios aumentan su velocidad de distribución a medida que el tren acorta las distancias. La novela gana la partida a la Historia o la Filosofía gracias a la difusión de las obras de autores como: Dickens, Flaubert, Tolstoi, Dostoievski o Zola. Dumas escribió en veinte años cuatrocientas novelas y treinta y cinco dramas y sus obras dieron trabajo a ocho mil ciento sesenta personas, entre correctores de pruebas, impresores, gente de teatro... Hay que destacar que a partir de 1830 aparece una literatura crítica destinada a comentar la absoluta miseria en la que vive la clase trabajadora. Los relatos inciden en las penosas condiciones en las que se realizan los trabajos: las altas o bajas temperaturas, la falta de luz, la suciedad, los horarios extenuadores.
En la actualidad, las estadísticas revelan que el 75% de la población adulta ve la televisión una media de tres horas diarias, un 63% escucha la radio, mientras que la lectura de libros ocupa a un 13% de la población. A tenor de estas cifras parece que el hábito de la lectura se halla en manifiesto retroceso.
La lectura de un libro en el silencio de la calma es una de las pocas experiencias sacras que le quedan al hombre de hoy, inmerso en la cultura del vértigo. Los libros nos aíslan del ruido y de la gente, de los problemas que nos plantea la vida cotidiana y nos obligan a recluirnos en la soledad para descubrir que se puede estar solo en buena compañía, basta con estimular la imaginación.
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