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Cierzo

En la celda

Es la esperanza del recuerdo, el lugar donde unos hombres, crueles, desnudan su memoria. Es allí donde el invierno no tiene fin, donde la canícula no conoce descanso, allí donde la voz del hombre, temeraria, desafía a la muerte.

La literatura: esa matemática imposible, esa vaga geometría indemostrable, esa extraña música hecha de silencios pronunciados, esa perversión del lenguaje.

Allí el pasado que no existió y que vislumbramos, el futuro que ya no podrá ser, el presente que perdura en un verso. Allí los crucifijos manchados de sangre, las oraciones del pedante, los avernos cotidianos y el generoso infierno de Dante; allí los que prefirieron escribir una página original antes que una página memorable.

A lo largo del tiempo una secta, más o menos irreal, ha ido creando pesadillas, dictando símbolos, anotando realidades. Sus fieles se turnan ante el papel como apóstoles frenéticos y ciegos. Las páginas que se han escrito igualan en número a las arenas del desierto y a las estrellas que intuye el astrónomo. Su memoria no conoce nombre, ni esquina, ni sufrimiento o gloria. Cada soldado de cada batalla podría adjudicarse, con derecho, una página escrita en su memoria.

Aquí, desde esta celda, repito incesante la memoria de mis antepasados, reescribo la historia de su estirpe, que es la nuestra, la de todos: a la vez infinita y minúscula. Aquí desde esta celda, los libros que me rodean no me salvan, me condenan.

Extraña secta la nuestra, que prefirió la sangre real de los libros a la ficticia sangre de la batalla, porque de la sangre derramada en el pasado ya no hay más que la que estos fieles copistas quisieron salvar en sus páginas. Y no hay más dolor, ni más caricia, ni otro poder o esclavitud que el encerrado en los libros. De nada valieron las intrigas, los asesinatos, el perdón o la gloria, de nada sirvió el odio o el amor: todo fue literatura.

La memoria de Leonhard Euler, las paradojas del mejor de los ingleses, la memorable desconfianza de Feyerabend, las historias que reescribieron la historia, los fríos poemas de Gottfried Benn, los delirios de Sade y sus razones, la muerte que regresa en cada libro o los versos desengañados de François Villon. La literatura, nadie lo ignora, es la memoria del tiempo. Ojalá que los que vengan mañana a ocupar esta celda no olviden su destino y su labor. Yo no conozco mayor libertad que esta servidumbre.

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