Europa en el mundo global
La globalización de la economía y de la sociedad provoca que hoy los destinos de casi todas las naciones se encuentren entrelazados. Los actos y las decisiones de uno dependen en gran parte de lo que hagan los demás y este hecho es un condicionante a la hora de aplicar medidas que afecten a los intereses de cada país.
Finalmente han triunfado las ideas neoliberales que impulsaron la eliminación de trabas a la libre circulación del capital. Ya sabemos qué significa esto. Si las empresas o los financieros no están contentos con las condiciones que le ofrece un país en cuestión de impuestos, regulación medioambiental, legislación laboral, etc. puede irse a otra parte donde las condiciones le sean más ventajosas.
La facilidad para deslocalizarse se convierte así en un arma poderosa, basta con marcarse un farol, con la amenaza de que una multinacional se va a otro país, para que los gobiernos se arrodillen, cambien las leyes que haga falta y concedan ayudas multimillonarias a las empresas. Ante la amenaza de cierre, con la pérdida de empleo y de inversiones que conlleva, se cede y al ceder se está favoreciendo que los estándares de protección laboral, de salarios, de medidas medioambientales… queden sometidos a los intereses empresariales.
A fuerza de repetirse el mismo discurso, ese que dice que todos los gobiernos tienen las manos atadas, que no se puede hacer otra cosa, que somos Europa y nos debemos a ella, el mensaje cala y acabamos creyendo que es cierto. Acabamos resignados, impasibles ante lo que ha venido y lo que vendrá. Pero igual que las medidas neoliberales han hundido la economía mundial creando una desigualdad sideral que permite desde hace años más de 30.000 personas mueran al día a causa del hambre y que cerca de 3.000 millones de seres humanos no tengan acceso a agua potable. Estas medidas que benefician solo a unos pocos y nos hunden en la miseria a los demás, pueden y deben cambiarse.
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