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Cierzo

Tú o usted

El Defensor del Pueblo ha propuesto como primer paso para acabar con la violencia en la escuela que se suprima el tuteo entre profesores y alumnos y que se restablezca el equilibrio necesario entre autoridad y libertad. En mi opinión, la propuesta no dará resultados, parte del error de que unos usos externos modifiquen una conducta interna.

Recuerdo que cuando iba a la escuela, había maestros que me tuteaban y se dirigían a mí por mi nombre; también había maestros que me trataban de usted y me llamaban por mi apellido. Mis compañeros y yo siempre usábamos el usted y el don antepuesto al nombre para dirigirnos al profesor. Luego llegó la democracia y la libertad, cambiaron los modos y las costumbres. En la universidad, salvo contadas excepciones, se empleaba el tuteo recíproco entre profesores y alumnos. El respeto mutuo siempre existió, el o el usted no lo alteraron en nada. En aquellos tiempos, los alumnos no agredíamos a nuestros profesores ni nos liábamos a hostias con los compañeros, te podías llevar mejor con unos que con otros, podrías incluso discutir, pero yo nunca presencié ni tuve conocimiento de ninguna pelea barriobajera en el campus.

Ahora, trabajo en contacto con público de muy diverso pelaje. Jóvenes, ancianos, extranjeros... Salvo a niños y a adolescentes, para todos aplico el usted, seré de la antigua escuela, pero me parece más correcto y cortés al tratar con personas a las que no conozco de nada.

Volviendo a las aulas, considero que el maestro posee una autoridad incuestionable. Los antiguos romanos diferenciaban entre la potestas y la auctoritas. La primera se basa en un poder que no se cuestiona, se tiene y se ejerce, sería el caso de la patria potestad detentada por un padre sobre su hijo hasta su emancipación o mayoría de edad o la potestas de un juez, que puede imponer el cumplimiento de sus resoluciones. La segunda no la concede la ley, se gana con una actitud personal que demuestra a los demás que se es digno de respeto. El hecho de tener poder para aplicar tu voluntad, no significa que otros vayan a aceptarla porque sí, a menos que se administre por la fuerza. De manera que siempre será preferible la auctoritas de un maestro, conseguida no por dominio ni por fuerza, sino adquirida a pulso mediante el prestigio moral y la argumentación.

El problema de violencia en las aulas es de difícil solución. Las relaciones humanas, en general, se han degradado bastante en nuestra sociedad. La educación familiar, planteada desde un erróneo concepto de libertad anárquica, propicia la falta de respeto y responsabilidad. Es en el hogar donde habría que enseñar a los chavales disciplina y donde deberían corregirse conductas indeseables que, a la larga, nos perjudican a todos.

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