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Cierzo

Tenemos la televisión que nos merecemos

La otra tarde, para desconectar de horas de estudio, tuve la infeliz idea de mirar la tele. La programación que vi en las diferentes cadenas me produjo vergüenza ajena. No sabía que los programas basura habían entrado ya en fase de putrefacción. Supongo que el elevado número de audiencia los legitima, ya que la crónica rosa es uno de los pilares más fuertes de la oferta televisiva. Admito que fui una ilusa al pensar que el tiempo haría decaer e incluso aborrecer las horas y horas dedicadas a los famosetes del corazón, pero la oferta y la demanda han ido en aumento. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? Miserias humanas, mentiras, soplapolleces, acusaciones sin fundamento, discusiones de monstruos mediáticos... Depredadores sin un duro que desnudan almas ajenas por un puñado de dinero, iconos de todo a cien representativos de la España más cañí, zarrapastrosos de lengua feroz seguidos con fervor y entusiasmo...

¿De verdad somos tan cotillas como para que la televisión se envilezca de esta manera? ¿El derecho a la libertad de emisión debería tener límites morales y éticos? Tengo entendido que existe una ley europea de obligado cumplimiento que regula todo esto, aunque nadie la respeta.

La televisión ha de hacerse para la inmensa mayoría, me hago cargo. La cultura ya no está en los libros sino en la televisión, lamentablemente cierto. Pero la tele es el canguro catódico y los chavales ven en horario infantil la muestra más sórdida de la condición humana. Si seis de cada diez espectadores se traga la bazofia que le echan, quizás lo peor esté aún por llegar.

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