La bomba atómica bendecida
El látigo de Jesús permite justificar todas las empresas cometidas en el nombre de Dios desde hace dos milenios: las cruzadas contra los sarracenos, la Inquisición contra los supuestos herejes, las guerras denominadas santas contra los infieles, las conquistas etnocidas de los pueblos llamados primitivos, las guerras coloniales para evangelizar todos los continentes, los fascismos del siglo XX.
Nadie se extraña de que en materia de guerra el cristianismo oficial opte por la disuasión nuclear, la defienda y la excuse. El Papa Juan Pablo II acepta este principio el 11 de junio de 1982 utilizando un paralelismo extraordinario: la bomba atómica permite ir hacia la paz. El episcopado francés le sigue los pasos y explica los motivos: se trata de luchar contra “el carácter dominante y agresivo de la ideología marxista-leninista”. Hubiéramos agradecido una condena tan clara y franca del nazismo durante los doce años que permaneció en el poder. Incluso nos hubiéramos contentado con una afirmación moral del mismo tono después de la liberación de los campos de exterminio.
Pero la tripulación del Enola Gay levanta el vuelo con una bomba atómica el 6 de agosto de 1945. La explosión nuclear sobre Hiroshima provoca en pocos segundos la muerte de más de cien mil personas cuya única culpa es haber nacido en Japón. La tripulación regresa a la base, el Dios de los cristianos ha protegido con eficacia a estos cruzados. El padre Georges Zabelka ha tenido la precaución de bendecir a los tripulantes antes de salir hacia esta misión tan funesta.
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