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Cierzo

Contra la lógica

La mente del hombre moderno está más interesada en la Psicología y en Ética que en la Teología y la Metafísica. Esto significa que la gente, entre ella los cristianos, tiene tendencia a apreciar las enseñanzas éticas de Jesucristo más que los argumentos teológicos de San Pablo. Por otra parte, los estudiosos del Nuevo Testamento intentan trazar una línea divisoria entre la “religión de Jesús” y “la religión acerca de Jesús”, entre la clara ética de Jesús y la sinuosa teología de San Pablo, entre el Jesús humano y el Cristo cósmico, con marcadas insinuaciones de que, en cada caso, el primero es más noble.

Pese a que hasta los eruditos aceptan la opinión de que la esencia de la religión es la ética, esta opinión es errónea. La religión seria siempre contiene llamamientos a la vida recta, pero su interés primordial no reside en ellos, sino que se concentra en una visión de la realidad que estimula la moralidad, a menudo casi como un subproducto. La religión comienza con la experiencia espiritual. Dado que la experiencia se realiza con cosas tangibles, incita a crear símbolos cuando la mente trata de pensar en cosas invisibles. Pero los símbolos son antiguos, de modo que con el tiempo la mente introduce pensamientos para resolver las ambigüedades de los símbolos y sistematizar sus intuiciones. Leyendo esta secuencia de frases de atrás hacia delante, podemos definir la teología como la sistematización de los pensamientos acerca de los símbolos que produce la experiencia religiosa. Los Credos cristianos son las bases de la teología cristiana por ser los primeros intentos de los cristianos destinados a entender, de forma sistemática, los acontecimientos que habían cambiado sus vidas.

Podemos analizar, como ejemplo, la doctrina de la Encarnación, cuya consolidación llevó varios siglos. Al sostener que Dios asumió en Cristo un cuerpo humano, afirma que Cristo era Dios-Hombre: pleno Dios y pleno hombre de forma simultánea. Calificar esta opinión de paradójica parece caritativo, porque se asemeja más a una franca contradicción. Si la doctrina sostuviese que Cristo era mitad humano y mitad divino, o que era divino en ciertos aspectos y humano en otros, nuestras mentes no se inmutarían. Pero esas concesiones son las que precisamente se niegan a hacer los credos.

La Iglesia siempre ha admitido que estas afirmaciones son muy poco claras; la pregunta es si ésta es la última palabra sobre el tema. De hecho, podemos hacernos la misma pregunta respecto a la ciencia. Las anomalías de la física exploratoria provocaron en Haldane su famosa queja: “El universo no sólo es más extraño de lo que suponemos, sino que es más extraño de lo que podemos suponer”. Al parecer, en más de una disciplina la realidad puede ser demasiado rara para que la lógica la comprenda. Y donde la lógica y la evidencia chocan, lo prudente parece ser quedarse con la evidencia, porque ofrece la posibilidad de conducir hacia una lógica más amplia, mientras que lo contrario cierra el camino al descubrimiento.

Al sugerir que fue la evidencia lo que obligó a los cristianos a asegurar, en contra de la lógica, que Cristo era tanto humano como divino, hablamos, por supuesto, de la experiencia religiosa, las intuiciones del alma relativas a las cuestiones más importantes de la existencia. Esta evidencia no puede ser presentada de manera tan obvia que obligue a aceptarla, porque no ofrece datos con sentido. Pero si lo intentamos, podemos llegar a tener al menos un indicio de los ejemplos de experiencia que seguían los cristianos. En el año 325, cuando el emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea para decidir si Cristo era de la misma sustancia que Dios o sólo de una sustancia parecida, trescientos obispos y sus ayudantes acudieron de todas partes con un profundo estado de excitación y sus deliberaciones, es obvio, fueron algo más que forenses.

La decisión de Nicea de que Cristo era “consustancial con el Padre” influyó tanto en la idea que se tenía de Jesús como de Dios. Al decir que Jesús era Dios, una de las cosas que afirmaba la Iglesia era que la vida de Jesús es el modelo que debe seguir toda vida humana. La imitación exacta de los detalles nunca es creativa, pero en la medida en que el amor de Cristo, su libertad y el ejemplo diario de su vida puedan tener auténticos equivalentes en nuestras vidas, estaremos en el camino que conduce a Dos, porque estas cualidades son auténticamente divinas.

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