Santas o esposas
Hasta hace no tanto, en España las vocaciones de una mujer se dividían en dos (en aquel entonces casi todo estaba dividido en dos, como las Patrias imaginarias): por un lado, las místicas aceptaban uno de los patrones ofrecido como modelo: ser monja o misionera. La alternativa estaba en ser casta esposa, sin orgasmos ni anticonceptivos. No había más referentes a imitar que las santísimas esposas, las monjas o, en el peor de los casos, el fundamentalismo de la Sección Femenina. Las mujeres no eran casi personas, sino santas reproductoras o inmaculadas servidoras de la Iglesia. Para nosotras eran las reglas y el pecado porque habitábamos en un cuerpo maldito por designio divino, receptáculo del más nefando de los pecados: el sexo, y nuestra honra, colocada siempre en la entrepierna, si se rompía, no tenía arreglo, muy al contrario del hombre pecador y perdulario a quien le bastaba un minuto final de arrepentimiento para ganarse el perdón divino y un sitio en el cielo.
El lentísimo cambio de las mujeres y el difícil acomodo del varón a las nuevas circunstancias, acompañan ahora nuestros días. Queremos recuperarnos como personas y estimarnos como tales, dejar de ser "agradables" para agradarnos a nosotras mismas.
Pero bueno, ¿qué más queréis? Nos preguntan ellos. ¿Que qué queremos las "privilegiadas" mujeres de este nuevo milenio? Respeto colectivo y honor individual. Por debajo de esos mínimos ni siquiera iniciamos una discusión.
El lentísimo cambio de las mujeres y el difícil acomodo del varón a las nuevas circunstancias, acompañan ahora nuestros días. Queremos recuperarnos como personas y estimarnos como tales, dejar de ser "agradables" para agradarnos a nosotras mismas.
Pero bueno, ¿qué más queréis? Nos preguntan ellos. ¿Que qué queremos las "privilegiadas" mujeres de este nuevo milenio? Respeto colectivo y honor individual. Por debajo de esos mínimos ni siquiera iniciamos una discusión.
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