El belén laico
De entre todas las gilipolleces que se les ocurren a las mentes pensantes que nos gobiernan, hay algunas que se merecen el premio a la chorrada más gorda.
Vivimos el tiempo de lo políticamente correcto y para que los ateos disfruten de la Navidad sin sentirse discriminados, el Ayuntamiento de Barcelona se ha sacado de la manga un belén laico.
En la barcelonesa plaza de San Jaume han montado un belén moderno donde los haya, con fotos recortadas que sustituyen a las tradicionales figuras: en vez de villancicos, la megafonía emite música de jazz; el pastor es un invidente, o sea, un ciego, repleto de regalos; la aguadora es una mulata con dos garrafas de agua en las manos; la lavandera es una señora con un tambor de Dixan; hay un repartidor de butano que no sé bien a quién representa, pero ahí está el hombre, con su bombona al hombro; también hay una barrendera y, para que no falte de nada, incluso hay un tipo leyendo el Quijote. Jesús, María y José son la versión fotografiada de unas esculturas de terracota que habitualmente se exponen en el Museo Etnològic. Faltan los bichos: buey, mula, ovejas..., supongo que es debido a que nuestra sensibilidad exacerbada ya no tolera que los animalitos sufran en una plaza de toros o en un circo y tenerlos a la intemperie en estas fechas, con la rasca que cae, sería una especie de tortura. Tampoco está el típico caganer, y eso ha de ser porque las ordenanzas municipales prohíben cagar ¡uy, perdón!, defecar, en la vía pública.
Abreviando, que el belén laico es patético, una fantochada y un atentado al buen gusto. La opinión ciudadana es unánime: ¡Que quiten ese bodrio!, claman los barceloneses. Las explicaciones no se entienden, dicen los foranos no hablan catalán y no pueden leer los rótulos informativos. Pero los inefables políticos que nos representan encuentran esta versión de lo más acertada. Para que se mantengan vivas las tradiciones es imprescindible actualizarlas, han reivindicado.
Supongo que estos son los daños colaterales que produce la bobería llevada al extremo del esperpento.
Vivimos el tiempo de lo políticamente correcto y para que los ateos disfruten de la Navidad sin sentirse discriminados, el Ayuntamiento de Barcelona se ha sacado de la manga un belén laico.
En la barcelonesa plaza de San Jaume han montado un belén moderno donde los haya, con fotos recortadas que sustituyen a las tradicionales figuras: en vez de villancicos, la megafonía emite música de jazz; el pastor es un invidente, o sea, un ciego, repleto de regalos; la aguadora es una mulata con dos garrafas de agua en las manos; la lavandera es una señora con un tambor de Dixan; hay un repartidor de butano que no sé bien a quién representa, pero ahí está el hombre, con su bombona al hombro; también hay una barrendera y, para que no falte de nada, incluso hay un tipo leyendo el Quijote. Jesús, María y José son la versión fotografiada de unas esculturas de terracota que habitualmente se exponen en el Museo Etnològic. Faltan los bichos: buey, mula, ovejas..., supongo que es debido a que nuestra sensibilidad exacerbada ya no tolera que los animalitos sufran en una plaza de toros o en un circo y tenerlos a la intemperie en estas fechas, con la rasca que cae, sería una especie de tortura. Tampoco está el típico caganer, y eso ha de ser porque las ordenanzas municipales prohíben cagar ¡uy, perdón!, defecar, en la vía pública.
Abreviando, que el belén laico es patético, una fantochada y un atentado al buen gusto. La opinión ciudadana es unánime: ¡Que quiten ese bodrio!, claman los barceloneses. Las explicaciones no se entienden, dicen los foranos no hablan catalán y no pueden leer los rótulos informativos. Pero los inefables políticos que nos representan encuentran esta versión de lo más acertada. Para que se mantengan vivas las tradiciones es imprescindible actualizarlas, han reivindicado.
Supongo que estos son los daños colaterales que produce la bobería llevada al extremo del esperpento.
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