Happy meal
Se las conoce como dagongmei o chicas trabajadoras. Son chinas, tienen entre 12 y 17 años, trabajan de 14 a 18 horas diarias, todos los días de la semana, descansan quince minutos para comer y cuatro horas para dormir en un cuchitril de 25 metros cuadrados con rejas en ventanas y puertas, espacio que comparten con otras 15 chicas, cobran un sueldo de 2,5 euros mensuales y no tienen derecho a servicio médico ni a sindicarse, muchas padecen anemia y malnutrición, sufren problemas visuales, accidentes o se intoxican con los productos químicos que manipulan.
Montan. Empaquetan. Montan. Empaquetan. Montan. Empaquetan. Son los robots humanos que trabajan para MacDonalds. Han venido del campo huyendo de la pobreza para caer en la esclavitud de montar y empaquetar los muñecos de plástico que la empresa regala con sus menús. Producen a precio de saldo en una gigantesca nave a las afueras de Shenzhen, una moderna ciudad del sur de China, a cambio de un plato de arroz al día. Al finalizar la jornada laboral están exhaustas, algunas, semiinconscientes, no consiguen cumplir el horario impuesto, a ellas se las sancionará reteniéndoles la mitad del sueldo.
Como McDonalds, miles de empresas estadounidenses y europeas, también medio centenar de españolas, subcontratan a este tipo de fábricas chinas para que sus negocios sigan siendo rentables. Se calcula que alrededor de 70 millones de dagongmei son explotadas por empresas internacionales que buscan mano de obra casi regalada.
El círculo vicioso es difícil de romper. La dictadura comunista prohíbe la asociación y sindicación de los trabajadores. Los obreros tienen miedo a represalias si denuncian su situación. Las multinacionales americanas o europeas no tienen que rendir cuentas ante nadie sobre las condiciones en que mantienen a sus trabajadores y se ahorran costes de producción. Los gobiernos locales tampoco están interesados en que la situación cambie y no hacen preguntas para no ahuyentar la inversión extranjera.
Los clientes de MacDonalds son felices celebrando una fiesta de cumpleaños en su restaurante favorito, ¿a cuántos se les indigestaría la hamburguesa si supieran el secreto que guarda la cajita del Happy meal?
Montan. Empaquetan. Montan. Empaquetan. Montan. Empaquetan. Son los robots humanos que trabajan para MacDonalds. Han venido del campo huyendo de la pobreza para caer en la esclavitud de montar y empaquetar los muñecos de plástico que la empresa regala con sus menús. Producen a precio de saldo en una gigantesca nave a las afueras de Shenzhen, una moderna ciudad del sur de China, a cambio de un plato de arroz al día. Al finalizar la jornada laboral están exhaustas, algunas, semiinconscientes, no consiguen cumplir el horario impuesto, a ellas se las sancionará reteniéndoles la mitad del sueldo.
Como McDonalds, miles de empresas estadounidenses y europeas, también medio centenar de españolas, subcontratan a este tipo de fábricas chinas para que sus negocios sigan siendo rentables. Se calcula que alrededor de 70 millones de dagongmei son explotadas por empresas internacionales que buscan mano de obra casi regalada.
El círculo vicioso es difícil de romper. La dictadura comunista prohíbe la asociación y sindicación de los trabajadores. Los obreros tienen miedo a represalias si denuncian su situación. Las multinacionales americanas o europeas no tienen que rendir cuentas ante nadie sobre las condiciones en que mantienen a sus trabajadores y se ahorran costes de producción. Los gobiernos locales tampoco están interesados en que la situación cambie y no hacen preguntas para no ahuyentar la inversión extranjera.
Los clientes de MacDonalds son felices celebrando una fiesta de cumpleaños en su restaurante favorito, ¿a cuántos se les indigestaría la hamburguesa si supieran el secreto que guarda la cajita del Happy meal?
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