Víctimas y verdugos
A día de hoy son 139 los militares norteamericanos que han perdido la vida desde que el 1 de mayo George W. Bush diera por finalizada la guerra de Iraq. El ejército de ocupación sufre una media de 35 ataques diarios por parte de civiles iraquíes, incluso han llegado a padecer 50 en una sola noche. Las bases estadounidenses sufren atentados, así como edificios y los representantes del poder opresor, se derriban helicópteros, se destruyen convoyes, se interceptan líneas de suministros... La resistencia iraquí cada vez dispone de más medios y está mejor organizada.
En los últimos meses los suicidios han aumentado entre las tropas estadounidenses y ya son 23 los soldados que se han quitado la vida desde el inicio de la invasión, otro número indeterminado de ellos ha resultado herido como consecuencia de un intento suicida. También se están dando numerosos casos de deserción, soldados de permiso no regresan a Iraq después de haber pasado unos días en casa con sus familias. Un tercio de la tropa padece depresión, insomnio, ansiedad o estrés. Las autoridades militares no hacen comentarios sobre estos incidentes para que la moral del ejército no descienda aún más, se les dice que luchan en una guerra contra el terror y culpan de los ataques a grupos terroristas, a fanáticos religiosos o a seguidores del partido Baas, se les cuenta cualquier cosa menos la verdad.
En este clima de tensión extrema y constante no resulta extraño que el comportamiento de los soldados del tío Sam empiece a ser deshumanizado y puede que acaben convertidos en esa turba asesina que dejó amargo recuerdo en Vietnam. Organizaciones de derechos humanos, funcionarios civiles y periodistas denuncian horrorizados la conducta de los militares estadounidenses, que primero aprietan el gatillo y después preguntan. Se mata con total impunidad a civiles, a niños, se asaltan casas en medio de la noche y se roba el dinero a sus propietarios. No hay investigaciones oficiales sobre estos abusos y matanzas, ni se ha castigado a un solo soldado por ello, la excusa recurrente es que todo "obedece a las normas del combate", normas de combate en tiempos de paz, pues la guerra, oficialmente, ha terminado, normas que no se han hecho públicas y nadie conoce. No existe un reconocimiento de las víctimas para que no haya responsabilidad alguna sobre los civiles que se asesinan. "No hacemos recuentos de víctimas", anuncia el general Tommy Franks, así no hay cargos de conciencia. Todo es legítimo, pisar la cabeza de los prisioneros, abrir fuego indiscriminado contra los coches que se acercan a un puesto de control... Todo está justificado cuando de combatir al terrorismo se trata. La delgada línea que separa a las víctimas de los verdugos se difumina.
En los últimos meses los suicidios han aumentado entre las tropas estadounidenses y ya son 23 los soldados que se han quitado la vida desde el inicio de la invasión, otro número indeterminado de ellos ha resultado herido como consecuencia de un intento suicida. También se están dando numerosos casos de deserción, soldados de permiso no regresan a Iraq después de haber pasado unos días en casa con sus familias. Un tercio de la tropa padece depresión, insomnio, ansiedad o estrés. Las autoridades militares no hacen comentarios sobre estos incidentes para que la moral del ejército no descienda aún más, se les dice que luchan en una guerra contra el terror y culpan de los ataques a grupos terroristas, a fanáticos religiosos o a seguidores del partido Baas, se les cuenta cualquier cosa menos la verdad.
En este clima de tensión extrema y constante no resulta extraño que el comportamiento de los soldados del tío Sam empiece a ser deshumanizado y puede que acaben convertidos en esa turba asesina que dejó amargo recuerdo en Vietnam. Organizaciones de derechos humanos, funcionarios civiles y periodistas denuncian horrorizados la conducta de los militares estadounidenses, que primero aprietan el gatillo y después preguntan. Se mata con total impunidad a civiles, a niños, se asaltan casas en medio de la noche y se roba el dinero a sus propietarios. No hay investigaciones oficiales sobre estos abusos y matanzas, ni se ha castigado a un solo soldado por ello, la excusa recurrente es que todo "obedece a las normas del combate", normas de combate en tiempos de paz, pues la guerra, oficialmente, ha terminado, normas que no se han hecho públicas y nadie conoce. No existe un reconocimiento de las víctimas para que no haya responsabilidad alguna sobre los civiles que se asesinan. "No hacemos recuentos de víctimas", anuncia el general Tommy Franks, así no hay cargos de conciencia. Todo es legítimo, pisar la cabeza de los prisioneros, abrir fuego indiscriminado contra los coches que se acercan a un puesto de control... Todo está justificado cuando de combatir al terrorismo se trata. La delgada línea que separa a las víctimas de los verdugos se difumina.
0 comentarios