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Cierzo

Creer en milagros

Creer en milagros

Mi razón atea no tiene nada que oponer a los milagros. Sólo puedo decir que no creo en ellos, aunque me parece bien que otros sí crean. Para sostener lo que supone una derogación inadmisible de las leyes de la naturaleza, sería preciso que éstas fueran totalmente conocidas para nosotros, lo que está lejos de suceder.

Los milagros del Evangelio se pueden clasificar en tres categorías: las curaciones (paralíticos, sordomudos, endemoniados), en este apartado cabrían las reanimaciones (de la hija de Jairo, la del hijo de la viuda de Naím o la famosa "resurrección" de Lázaro; las anomalías (Jesús caminando por las aguas del lago Tiberíades, la multiplicación de los panes y los peces); y los fenómenos sobrenaturales (la Anunciación, la Ascensión, las apariciones de Jesús tras la Pascua).

Los progresos de la medicina, en particular de la neurología, y de la psicosomática permiten dar explicaciones a los milagros de curación; por lo demás, casi todas las enfermedades presentan fases de remisión: los curados del Evangelio pudieron beneficiarse de ello, sin contar que no se sabe si aquellos aquejados recayeron en su mal. Respecto a las reanimaciones basta con señalar que en aquella época los certificados de defunción se extendían por simples apariencias, y que muchos de ellos, según modernas investigaciones, estaban equivocados. El número de personas enterradas vivas en la antigüedad debió ser considerable.

Las anomalías son probablemente efecto de espejismos, ilusiones ópticas (andar sobre las aguas).

En cuanto a los fenómenos sobrenaturales, consisten, verosímilmente, en maneras imaginadas para explicar a las gentes sencillas realidades espirituales demasiado difíciles de comprender.

Por lo demás, no parece fácil imaginarse a Dios contraviniendo las leyes naturales fijadas por Él mismo: sería un pésimo ejemplo para sus criaturas.

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