Bibliotecas romanas
A finales de la República, el hábito de la lectura estaba muy extendido en Roma y en las ciudades del Imperio, pues había numerosos maestros, el aprendizaje no era complicado y las exigencias de la vida cotidiana, así como las tareas administrativas, requerían conocimientos de lectura y escritura.
César, al conocer la famosa Biblioteca de Alejandría, quiso construir una semejante en Roma, aunque no vio cumplido su deseo. Fue Augusto el impulsor de dos grandes bibliotecas públicas, una ubicada en el Campo de Marte y otra en el Palatino. Ambas estaban porticadas y contaban con dos secciones dedicadas a los libros griegos y romanos respectivamente, la decoración incluía bustos de los autores. También cabe destacar la Biblioteca Ulpia, una de las más famosas de la Antigüedad, mandada construir por Trajano en su foro.
En las bibliotecas de la antigua Roma los libros se colocaban en estanterías denominadas plutei; pegmata si los estantes se hallaban fijados a la pared. Los espacios que formaban los elementos verticales y horizontales eran llamados foruli y nidi, nidos. Cuando el códice sustituyó al volumen, se generalizó el uso del armaria, armario.
Los patricios y los romanos ricos solían disponer de su propia biblioteca, tanto en sus casas de la ciudad como en sus residencias campestres. Vitrubio recomendaba destinar como biblioteca una sala orientada hacia el este, que, además de biblioteca, servía para recibir a los amigos.
Imagen: Ulpian Library
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